El Leon de Arlanza

El Leon de Arlanza
El Leon de Arlanza

jueves, 8 de septiembre de 2016

Another new world


A finales del siglo XV, la Corona de Castilla, con una inversión más bien moderada, descubrió para la civilización conocida, un mundo nuevo en las indias occidentales, más tarde conocidas como América. Y, al decir un mundo nuevo, se dice bien, porque como tal ha de considerarse al conjunto íntegro de un territorio con sus animales, vegetación, aguas, riquezas minerales y ,sobre todo, sus propios pobladores inteligentes, personas, por definición cristiana y escolástica, todo ello desconocido hasta entonces para el universo de sus descubridores.

El carajal que supuso este hecho  para los españoles, y para los demás naturales de los estados de la  hoy denominada  Europa, fue tamaño. Cinco siglos después, todavía estamos asimilando deficitariamente el acontecimiento.


Sin haberlo abarcado bien todavía,  quienes allí se han hecho fuertes más tarde, los USA, que ni lo digieren  ni lo dejan digerir,- américa para los americanos- , están empeñados en emular aquel hito con otro que  lo supere y empequeñezca, para los siglos, mediante la conquista del espacio supra planetario –otro nuevo mundo-y la vida de cualquier clase que en él pueda existir. Distrayendo la atención del personal a lo de aquí.


Llevan gastando en ello, desde hace ochenta años, lo que no está en los libros. Cohetes y publicidad. Literatura, cinematografía de ciencia ficción y noticias, algunas más o menos manipuladas,  destinadas a trabajarse al contribuyente, siembre engatusable, con la cosa de que es muy probable, sino cierto, que hay gente en la intemperie del universo esperando a ser descubierta, como Colón descubrió a los lucayos. Por lo tanto, ni deben escatimarse impuestos ni partidas presupuestarias, ni pedirse las cuentas del Gran Capitán.

De momento consiguieron llegar a nuestro satélite, la pálida luna. Pero allí no había nadie. Ni una rata. Ni una bacteria que llevarse al microscopio, aunque, por lo menos, constituya ciertamente un sitio en el que han conseguido poner el pie antes que un español, a diferencia del solar de su actual territorio nacional.

Por lo tanto, aun reconociendo sin duda el gran mérito de la gesta de ese equipo, la luna no colmó el objetivo de descubrir un mundo nuevo. Por lo menos en la idea que se tenía de este hecho.


En efecto, los tripulantes de las naves exorbitantes que se lanzaron a la aventura pudieron, por primera vez en la Historia, contemplar el planeta tierra, en su redondez espléndida, desde el espacio y desde la luna, experiencia de la que Colon y sus marinos obviamente no disfrutaron. Y, lo más importante, el enorme equipo y organización  humana de científicos, técnicos,  y de medios de toda clase, que sirvió de soporte necesario  a los viajes espaciales, desarrolló tecnologías inéditas y experimentó materiales, procesos y cacharros que proporcionaron avances determinantes en  la calidad de vida del planeta azul que flotaba girando a lo lejos, contribuyendo a su transformación tremenda. 

Descubrieron también, de paso, armas nuevas y formidables, que, por lo mismo, desintegraron todo concepto anterior de poder y de guerra en el ya viejo globo. 

Paradójicamente, el nuevo mundo que descubrían era realmente el mismo del que procedían, transformado por todo lo desarrollado y consecuencia de su viaje en busca de otro. Resultaba con ello clarividente la declaración del poeta Éluard, “Hay otros mundos, pero están en este”.

Pero a los poetas se les lee poco y mentes destacadas han impuesto la moderna lógica de que, a pesar de todo, este mundo nuestro, en muy pocos años, no va a ser ni suficiente ni suficientemente habitable para que los humanos quepamos y vivamos como hasta ahora, por lo cual hay que perseverar en la búsqueda de un mundo nuevo donde irnos trasladando  ordenadamente.

Inmersos, pues, en la elevación de esta nueva Torre de Babel, que nadie cree conveniente detener, ahora emprenden la búsqueda en Marte. De momento han enviado una especie de  dron  y erre que erre con las señales de vida por ahí. Tampoco allí hay nadie, ni se le espera. Por eso estos nuevos exploradores siguen aún tragando quina –dicho sea con todo cariño-con aquel hito de Castilla hace cinco siglos, no superado, por el que esta descubrió la tierra que pisan, y a sus ancestrales moradores titulares, para su católica evangelización,  gracias a lo cual hoy  ellos, probablemente, han llegado a ser alguien.

Es muy posible que la ruta más rápida para el descubrimiento del nuevo mundo no discurra por las galaxias, sino por la que conduce a la parte más pequeña de la materia y energía que tocamos a diario y de la que estamos hechos. La física de partículas, los bosones y todo ese tinglado quántico que está  revelando un mundo nuevo fascinante, pero todavía desconocido, incomprendido y misterioso, aunque también incluido en este, y además habitado por sus propios aborígenes, asimismo desconocidos: nosotros mismos. Otra vez Éluard.


                                                  Salvador Dalí. Retrato de Paul Éluard