A finales del siglo
XV, la Corona de Castilla, con una inversión más bien moderada, descubrió para
la civilización conocida, un mundo nuevo
en las indias occidentales, más tarde conocidas como América. Y, al decir un mundo nuevo, se dice bien, porque como
tal ha de considerarse al conjunto íntegro de un territorio con sus animales,
vegetación, aguas, riquezas minerales y ,sobre todo, sus propios pobladores inteligentes,
personas, por definición cristiana y escolástica, todo ello desconocido hasta
entonces para el universo de sus descubridores.
El carajal que supuso este hecho para los españoles, y para los demás naturales
de los estados de la hoy denominada Europa, fue tamaño. Cinco siglos después, todavía
estamos asimilando deficitariamente el acontecimiento.
Sin haberlo
abarcado bien todavía, quienes allí se
han hecho fuertes más tarde, los USA, que ni lo digieren ni lo dejan digerir,- américa para los
americanos- , están empeñados en emular aquel hito con otro que lo supere y empequeñezca, para los siglos,
mediante la conquista del espacio supra planetario –otro nuevo mundo-y la vida de cualquier clase que en él pueda
existir. Distrayendo la atención del personal a lo de aquí.
Llevan gastando en
ello, desde hace ochenta años, lo que no está en los libros. Cohetes y
publicidad. Literatura, cinematografía de ciencia ficción y noticias, algunas
más o menos manipuladas, destinadas a
trabajarse al contribuyente, siembre engatusable,
con la cosa de que es muy probable,
sino cierto, que hay gente en la intemperie del universo esperando a ser
descubierta, como Colón descubrió a los
lucayos. Por lo tanto, ni deben escatimarse impuestos ni partidas
presupuestarias, ni pedirse las cuentas del Gran Capitán.
De momento
consiguieron llegar a nuestro satélite, la pálida luna. Pero allí no había
nadie. Ni una rata. Ni una bacteria que llevarse al microscopio, aunque, por lo
menos, constituya ciertamente un sitio en el que han conseguido poner el pie
antes que un español, a diferencia del solar de su actual territorio nacional.
Por lo tanto, aun
reconociendo sin duda el gran mérito de la gesta de ese equipo, la luna no
colmó el objetivo de descubrir un mundo
nuevo. Por lo menos en la idea que se tenía de este hecho.
En efecto, los
tripulantes de las naves exorbitantes que se lanzaron a la aventura pudieron,
por primera vez en la Historia, contemplar el planeta tierra, en su redondez espléndida,
desde el espacio y desde la luna, experiencia de la que Colon y sus marinos obviamente
no disfrutaron. Y, lo más importante, el enorme equipo y organización humana de científicos, técnicos, y de medios de toda clase, que sirvió de
soporte necesario a los viajes
espaciales, desarrolló tecnologías inéditas y experimentó materiales, procesos
y cacharros que proporcionaron avances determinantes en la calidad
de vida del planeta azul que flotaba girando a lo lejos, contribuyendo a su
transformación tremenda.
Descubrieron también, de paso, armas nuevas y formidables, que, por lo mismo, desintegraron todo concepto anterior de poder y de guerra en el ya viejo globo.
Paradójicamente, el nuevo mundo que descubrían era realmente el mismo del que procedían, transformado por todo lo desarrollado y consecuencia de su viaje en busca de otro. Resultaba con ello clarividente la declaración del poeta Éluard, “Hay otros mundos, pero están en este”.
Descubrieron también, de paso, armas nuevas y formidables, que, por lo mismo, desintegraron todo concepto anterior de poder y de guerra en el ya viejo globo.
Paradójicamente, el nuevo mundo que descubrían era realmente el mismo del que procedían, transformado por todo lo desarrollado y consecuencia de su viaje en busca de otro. Resultaba con ello clarividente la declaración del poeta Éluard, “Hay otros mundos, pero están en este”.
Pero a los poetas
se les lee poco y mentes destacadas han impuesto la moderna lógica de que, a
pesar de todo, este mundo nuestro, en muy pocos años, no va a ser ni suficiente
ni suficientemente habitable para que los humanos quepamos y vivamos como hasta
ahora, por lo cual hay que perseverar en la búsqueda de un mundo nuevo donde irnos trasladando ordenadamente.
Inmersos, pues, en la
elevación de esta nueva Torre de Babel, que nadie cree conveniente detener, ahora
emprenden la búsqueda en Marte. De momento han enviado una especie de dron y
erre que erre con las señales de vida por ahí. Tampoco allí hay nadie, ni se le
espera. Por eso estos nuevos exploradores siguen aún tragando quina –dicho sea con todo cariño-con aquel hito de
Castilla hace cinco siglos, no superado, por el que esta descubrió la tierra
que pisan, y a sus ancestrales moradores titulares, para su católica evangelización,
gracias a lo cual hoy ellos, probablemente, han llegado a ser
alguien.
Es muy posible que
la ruta más rápida para el descubrimiento del nuevo mundo no discurra por las galaxias, sino por la que conduce a
la parte más pequeña de la materia y energía que tocamos a diario y de la que
estamos hechos. La física de partículas, los bosones y todo ese tinglado
quántico que está revelando un mundo nuevo fascinante, pero todavía desconocido,
incomprendido y misterioso, aunque también incluido en este, y además habitado
por sus propios aborígenes, asimismo desconocidos: nosotros mismos. Otra vez Éluard.
Salvador Dalí. Retrato de Paul Éluard
Salvador Dalí. Retrato de Paul Éluard