Que hay otros mundos, pero están
en este (*) es una afirmación que se convalida constantemente. No hay más que
asistir a cualquier conferencia de un arqueólogo o de un físico nuclear.
Prácticamente a diario, únicamente por causa y a base del desarrollo de
nuestras propias técnicas de investigación, aparecen nuevos mundos evidenciados
por elementos inmediatos.
En el término de Atapuerca, Alfoz
de Arlanzón, (Escrito Adtaporka en el
Becerro Gótico de Cardeña, folio 21, en anotación del cinco de agosto del año
963) aparecieron restos humanos que descubrían la presencia de habitantes
inteligentes en la sierra circundante, hace más de un millón de años, por lo
menos.
Cráneos hallados en Atapuerca
A partir de la adecuada valoración
de tal hallazgo, la comunidad científica y las instituciones aplicaron medios
para profundizar en la investigación del material descubierto y por descubrir,
en este yacimiento y activar todo lo posible el potencial de información que
contuviera sobre aquella época ancestral.
En consecuencia, sobre donde un
día estuvo el Convento Dominico de San Pablo en Burgos, se erigió a modo de
museo, un gran espacio de exhibición y divulgación de todo lo relativo al
yacimiento y su significado. En este centro hoy se presenta a los ojos del
asombrado visitante aquel mundo remoto en el tiempo que, con la adecuada guía, puede
tocarse con la mano y visitarse a escasos doce kilómetros.
En definitiva, otro mundo, pero
en este.
Esta clase de edificios junto la
institución dotada para su gestión, en cualquier otra ciudad de Europa e
incluso del mundo, son designados con un nombre alusivo al lugar del hallazgo,
a lo hallado, o a su descubridor. En este caso, sorprendentemente, no. Ha sido
denominado con el nombre de una hipótesis científica: Evolución humana.
(*) (Paul Elouard)