El Leon de Arlanza

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domingo, 2 de septiembre de 2018

La nao San Lesmes descubre Australia


Durante los siete años que duró el deterioro cognitivo de mi madre, prácticamente casi todos los domingos la acompañé a la Misa de una, en la que fue nuestra Parroquia de San Lesmes.

                                          Iglesia de San Lesmes (Burgos)

Solíamos situarnos en el lado del Evangelio junto al púlpito que en los días soleados se ilumina a esa hora con el haz de luz proveniente del ventanal ojival de la derecha.

El púlpito es una espléndida pieza de piedra blanca de Hontoria en forma de enorme copa, decorada con la efigie renacentista de una hermosa Virgen con el Niño flanqueados con las de los dos San Juanes, Bautista y Evangelista- La iglesia actual se edificó sobre una antigua Capilla Extramuros de Burgos dedicada a San Juan Evangelista-. También aparecen en el magnífico relieve un escudo conteniendo el compás y la escuadra, quizá por ser símbolos gremiales masónicos del autor.

                                                   Púlpito de la Iglesia de San Lesmes

Quien fuera éste aún hoy no se encuentra identificado, pudiendo tratarse de Felipe Vigarni o de Juan de Salas. La contemplación de la belleza de la pieza, en todo caso producía en mí un extraño efecto benéfico y de consuelo.

Mi madre, a pesar de su dolencia, seguía con precisión inusitada el ritual de la Misa, recitando oraciones y cantos, haciendo con esta actitud, olvidar su triste pérdida de memoria.

A nuestra izquierda, entre la penumbra de la nave lateral, desapercibidos casi de la vista, se siente la presencia de Don Cristóbal de Haro y su esposa Doña Catalina de Ayala que llevan casi quinientos años rezando por su salvación eterna, inmortales en piadosa y pétrea efigie que les presenta arrodillados y con las manos juntas sobre el pecho.

                                  Estatuas Sepulcro de los Haro en la Iglesia de San Lesmes

A principios del siglo XVI los Haro fueron una de las familias de comerciantes más poderosas de Burgos y del Imperio español.

Provenientes de la Rioja, como en su nombre indica, posiblemente de origen judeoconverso, acumularon su fortuna invirtiendo arriesgadamente en empresas ultramarinas que comerciaban con toda clase de mercaderías en un principio al servicio de la corona portuguesa y posteriormente vueltos a Castilla.

Familia tentacular con su epicentro en Burgos, por su condición esta, entonces, de Centro de Contratación de primer orden, tenía ramas familiares activas en Amberes, Sevilla, La Coruña y Lisboa.

Inicialmente Cristóbal de Haro, que no era rico por casualidad, radicado en Lisboa, financió en 1511 para el Rey de Portugal, una expedición secreta que, buscando el paso occidental al pacífico sin éxito, descubrió el Rio de la Plata. La expedición debía ser ocultada por contraria al Tratado de Tordesillas que reservaba dicha ruta a la Corona de Castilla.

Desencantado con Juan II de Portugal y vuelto a España, desde 1517 colaboró estrechamente con Carlos I, en compañía de otras potentes familias, en la financiación de sus empresas ultramarinas y otros servicios de información y espionaje, siendo la más célebre de aquellas, por heroica, la promoción del viaje de Magallanes en busca de un paso transoceánico al sur del continente americano que permitiera el acceso a las islas de las especias. Eran estas, mercancía del máximo aprecio y rentabilidad entonces, acción presuntamente acorde con aquel Tratado de reparto de los territorios.

Esta odisea de Magallanes-Elcano, que implicó el primer viaje de circunvalación del globo culminado en 1522, constituyendo tan descomunal hito de la Historia de la navegación y universal, cambió la concepción del mundo.

A pesar de que únicamente 18 de los 250 expedicionarios regresaron en una única nave, La Victoria, de las cinco que componían la armada, el cargamento de clavo de olor y pimienta que lograron traer hasta Sevilla proporcionó réditos suficientes para compensar la inversión en las cinco naves y dejar a sus inversores, especialmente a Cristóbal de Haro un sustancioso beneficio.

En todo caso Cristóbal de Haro, mente fría de apostador, por si la expedición de Magallanes no hubiera regresado o hubiera vuelto de vacío, había financiado otra escuadra alternativa, atravesando el Istmo de Nicaragua para, desde la costa del Pacífico alcanzar el mismo objetivo.

El descubrimiento de las llamadas Islas Molucas o de las especias, -actual Indonesia- generó una fuerte disputa entre España y Portugal por no quedar claro, si conforme al Tratado de Tordesillas se encontraban estas dentro de los territorios correspondientes a Castilla.

Las sucesivas negociaciones entre ambas naciones no dieron resultado amistoso por lo que Carlos I decidió enviar una nueva flota armada al mando del Comendador de Bárbales y Caballero de la Orden de San Juan, Fray García Jofre de Loaysa. Este noble manchego venía avalado por ser remoto descendiente del célebre cruzado Godofredo de Bouillon y sobrino del propio confesor del monarca. Su misión era llegar a las Molucas por el paso descubierto por Magallanes a través del Pacífico Sur, tomar posesión en nombre del Emperador, establecer su colonización y defenderla por las armas.

                                          Flota de la Expedición de Jofre de Loaysa

En consecuencia, la flota dispuesta para tal fin reunía una considerable entidad marinera, en número de navíos de buen tonelaje, y numerosa gente de guerra.

Cristóbal de Haro participó también en el soporte financiero de esta nueva misión junto a los poderosos Fugger y, como es natural, el propio Emperador Carlos. Esta flota que contaba entre sus expedicionarios con Juan Sebastián Elcano, estaba dotada de seis naves, la Santa María de la Victoria, nave capitana, la Sancti Spiritus, la Anunciada, la San Gabriel, la Santa María del Parral, la San Lesmes y el patache Santiago. En ellas embarcaron 450 hombres, casi todos de guerra, y en número cercano al doble que en la expedición de Magallanes. Zarparon antes del amanecer el 24 de julio de 1525 del puerto de la Coruña.

 Entre las naos que la componían, la San Lesmes, de 96 toneladas cuyo capitán era Francisco de Hoces proclamaría en la mar océana, con su denominación, su encomienda al Santo Patrón de Burgos y a la Parroquia de los Haro.

Durante la Misa, miro de reojo a Cristóbal de Haro que, en su sereno semblante parece rogar por la San Lesmes mientras imagina los cabeceos de su casco entre las tremendas olas del Cabo de Hornos. Parece saber bien, por oído tantas veces, lo incierto y penoso de la travesía.

De las siete naves únicamente cuatro llegaron al Paso de Magallanes el 14 de enero de 1526, las otras tres se habían quedado encalladas en el estuario del río Gállego que habían confundido con el estrecho, logrando posteriormente liberarse y regresar a España dos de ellas habiendo naufragado la tercera.

El 24 de enero Loaysa logró entrar en el canal con tres de las naves, pero la cuarta, la San Lesmes, impulsada por los fortísimos vientos, salió del estrecho y se vio obligada a circunvalar la tierra de Fuego hasta llegar a la latitud 55 º Sur, por el “acabamiento de la tierra “, como relatarían al reencontrarse días después.


La San Lesmes había descubierto el paso del Atlántico al pacífico Sur por el extremo del Continente Americano, llamado desde entonces “Mar de Hoces”, un nuevo pasaje al Pacífico sur, alrededor del cabo de Hornos, que más tarde se denominaría pasaje de Drake por el célebre corsario que medio siglo después realizó igual recorrido.

Cuatro naves culminaron el paso del estrecho al Pacífico el 26 de mayo de 1526 pero de las cuatro únicamente la capitana Santa María de la Victoria, a pesar de lo desastroso de su estado, consiguió llega a su destino, aunque en el trayecto falleció el general de la Armada Loaysa.

El patache Santiago en el que embarco Francisco de Hoces no siendo autosuficiente para el transporte de víveres necesarios para su cuarenta ocupantes decidió renunciar a atravesar el pacífico y navegó hasta Nueva España (México) donde finalmente fondeó en Tehuantepec dos meses después (Hoy Salina Cruz en Oaxaca)

La Santa María del Parral consiguió atravesar el Pacífico y llegar a las Célebes cerca de las Molucas, pero su tripulación se amotinó asesinando a su capitán Jorge Manrique de Nájera, a su hermano y al tesorero y finalmente la nao embarrancó cerca de Sanguín donde los indígenas atacaron a la tripulación, asesinando a muchos y esclavizando al resto.

Y, finalmente la San Lesmes, capitaneada por Diego Alonso de Solís que había embarcado como tesorero general de la nave capitana y tenido que sustituir a Hoces por enfermedad de este, desapareció en una tremenda tormenta el 1 de junio de 1526.

A partir de aquí todo son hipótesis con esta nave perdida pero la más fundada- y aquí no se expondrán los argumentos- es la de los historiadores François y Roger Hervé de la Biblioteca Nacional de París.

Según estos científicos, fuera de todo rumbo controlable, la San Lesmes continuó navegando el Pacífico Sur, llegando a avistar la actual Nueva Zelanda y llegando finalmente al estuario hoy denominado de Warnambool en el sur de Australia, en el lugar hoy denominado Mahogany ship, donde la nave naufragó, consiguiendo con ello ser los primeros europeos que descubrieron Australia.

La tripulación entonces, según los mismos autores, de dividió y, parte por tierra y parte construyendo y tripulando otra nave al mando de Solís, se dirigieron por la costa Este de Australia hacia el norte, hasta Cabo York. A partir de allí fueron hechos prisioneros y asesinados por los portugueses que se apoderaron de toda la cartografía de la costa australiana levantada por los españoles que más tarde apareció como Carta del Delfín y en la cartografía de la Escuela de Dieppe.
                                             Carta del Delfín

Mi madre falleció en septiembre de 2013, por diversas circunstancias, en Madrid y no encontré fecha en el calendario de la Iglesia de San Lesmes para celebrar allí un funeral como hubiera querido. - La encontré en la Iglesia de San Nicolás, junto a la Catedral, donde también la acompañé a oír la Misa dominical algunas veces- por eso no he vuelto a despedirme de Don Cristóbal como hubiera debido.
Supongo que a estas alturas tanto francisco de Hoces como Alonso Solís o el mismísimo Loaysa ya le habrán contado lo que ocurrió en realidad con la singladura de la Nao san Lesmes y que mientras, si deseo enterarme yo también, tendré que dedicarle el tiempo necesario. Prometo hacerlo.