Tallada hace ocho siglos en
madera de alerce, que es una especie de abeto rojizo que crece en alturas de
Europa, la Virgen de los Reyes, sedente y gótica preside con majestad la
Capilla Real de la Catedral de Sevilla.
Ante ella descansa, en una urna apoteósica
de plata, el cuerpo incorrupto de su donatario, y después donante, que fuera
Rey por entonces de Castilla y de León y por eso, de España, Don Fernando
Tercero.
La talla fue regalo que había
recibido este monarca Castellano de su primo Ludovico IX de Francia, hijo de tía
Blanca de Castilla. Es de suponer que el nombre Virgen de los Reyes provenga de
este hecho. Todo lo cual que, como pocos símbolos, esta Virgen integra la
simetría religiosa y política de ambos reinos entonces, progenitores de la cultura
occidental. Ambos primos, hijos de castellanas y nietos de francesa real, fueron
canonizados siglos después, por la Iglesia Católica.
La llegada de francos, alemanes y
lo que hoy denominamos europeos al norte de la península ibérica fue constante
desde al menos el siglo IX en el que el rey de Asturias Alfonso II ordenase la
construcción de un templo en el lugar de hallazgo de la sepultura de el Apóstol
Santiago en Galicia.
Se sabe que desde su reino este
monarca envió legaciones a Carlomagno aunque se desconozcan por ahora los
motivos.
La relación entre ambos reinos se
intensificó mas aun con el advenimiento pleno de la Casa de Borgoña al casarse la
hija de Constanza, Urraca I “La temeraria” con Raimundo de Borgoña.
Finalmente, Alfonso VIII, abuelo
de nuestro Fernando Tercero, se casó con Leonor de Plantagenet hija de Leonor de
Aquitania que aportó como dote nada menos que la Gascuña.
Por todo ello las comunidades de
individuos de procedencia francesa, llamados francos, tanco como los de
procedencia genovesa o catalana, fueron muy comunes y numerosas en todo el
norte peninsular en los siglos XI, XII y XIII.
Eran familias de peregrinos, guerreros, comerciantes, clérigos y
artesanos provenientes de Occitania, Gascuña, Génova y Cataluña que buscaban
fortuna en tierras mas meridionales al amparo del Camino de Santiago, al avance
de la reconquista.
Generalmente estos inmigrantes
eran gente diligente e instruida con los suficientes medios como para
arraigarse en busca de buenos negocios y medrar socialmente con rapidez haciéndose
hueco entre las clases dirigentes al compás de la naciente burguesía mercantil.
Con medios suficientes para
costearse un caballo, armas y pertrechos necesarios, se integraron socialmente en
el estatus de caballeros villanos, alcanzando puestos en los cabildos y en las
organizaciones religiosas.
Tal era el caso de Remon Bonifaz
que consiguió incluso ser elegido alcalde de Burgos y acceder y ser reconocido
como experto “en cosas de mar” por el mismo monarca.
Fernando Tercero extendió por las
armas el reino de Castilla y León por toda la península desde Murcia hasta
Sevilla y para la reconquista de esta última no regateó en inversión militar
llegando incluso a ordenar la construcción y aparejo de una importante flota armada,
hecho sin precedentes en la historia de aquellos reinos mesetarios.
Sevilla, Sibylya, era entonces,1240,
una gran urbe a orillas del Guadalquivir. Sin embargo, para el tránsito local o
periférico, allende el río, nunca en la historia había sido construido un puente
estable sobre las aguas, ni siquiera en los siglos de Roma con toda su
sabiduría y potencia ingenieril exhibida en el resto de la península Ibérica.
Los almohades, para la
comunicación de las localidades y fortalezas de la margen occidental del río,
sobre todo de la de Triana, habían dispuesto un puente móvil compuesto de una
sucesión de embarcaciones fuertemente unidas entre sí, y a las márgenes del río,
por recio entramado de cadenas y amarras. Sobre estas, un entablado continuo,
facilitaba el tránsito de personas, animales y carruajes.
Tal ingenio se encontraba donde
actualmente se eleva en puente de Triana, o de Isabel II, rio arriba de la
Torre del Oro.
Para Don Fernando, este cordón
umbilical por el que la población del califa Abu Yaqub Yusuf recibía víveres y
refuerzos desde Huelva, a donde llegaban por mar desde Ceuta y Tánger,
resultaba un gran impedimento en la toma de tan importante urbe a la que había puesto
cerco.
Bonifaz se presentó con sus
barcos en la desembocadura del río frente a Sanlúcar donde, conocedores de su
llegada fue recibido para impedir su acceso por una flota mora de más de
treinta embarcaciones venidas de Ceuta, Túnez y del mismo Sevilla.
El Rey Fernando tenia un ultimo escollo
para completar el cerco de la ciudad y este lo constituía el puente de barcas
que la unía con la población de Triana a través del que entraban en la ciudad toda
clase de vituallas y ayuda procedentes de Niebla y el Aljarafe.
Para resolver este punto ordeno
el Rey a Bonifaz que hiciese lo necesario para quebrar el puente.
Bonifaz estudió el problema,
mandando reforzar con robustas maderas sus dos barcos mayores: las carracas Rosa
de Castro construida en Castro Urdiales y Carceña construida en la
atarazana de Santander con madera de los bosques del monte de Santa María de
Cayon.
Esperó que se dieran las
condiciones necesarias para su embestida al puente con la marea a favor y, por
su puesto, con los vientos de empopada con suficiente fuerza. Tales circunstancias
se produjeron en el 3 de mayo de 1248 por lo que sin dilación y bajo una lluvia
de dardos de ballesta y piedras, ambas embarcaciones embistieron el puente de
barcas de Triana.
La primera el impactar fue la Rosa
de Castro, capitaneada por Ruy López de Mendoza que no consiguió romper. Le
siguió en la acción la Carceña, con Bonifaz al mando, produciendo tal
colisión con las barcas del puente que, rompiendo cadenas y maderas pasó al
otro lado, quebrando del todo la obra.
Con esta acción no se obtuvo de
forma inmediata la capitulación de la plaza, siendo necesario posteriormente otras
acciones contra la fortificación de Triana, pero el hecho supuso para los
sitiados la certeza de que su situación era irreversible, cediendo finalmente
la plaza a Don Fernando en noviembre del mismo año.
Esta acción de guerra supuso el
punto de partida de la institución de una Flota Real de Castilla permanente al
mando de un Almirante General con su propio estatuto militar frente a la
regulación, meramente mercantil, de hechos de guerra naval anteriores.
No existe la rotunda constatación
documental para ello, pero en la conciencia colectiva de España Ramon Bonifaz
permanecerá en los anales como el primer Almirante de la Marina Real de Castilla.
Sus restos descansaron y hoy son
de imposible ubicación en un sepulcro encargado por él mismo en el desaparecido
convento de san Francisco de Burgos.
Posiblemente de origen francés Bonifaz
y ciertamente de este origen quienes destruyeron esta magnífica joya en la guerra
de la Independencia.
27 de Octubre 2019