En una fría noche mesetaria del
año 65, en un dormitorio del palacio de Clunia, dormía, a ratos, el gobernador
de la provincia Tarraconense Servio Sulpicio Galba.
El vino trasegado en la cena, elaborado
en las riberas del Durius unos meses antes, aunque aliviaba dolores profundos
de la artrosis que padecía en manos y pies, le proporcionaba un sueño intranquilo,
entreverado de pesadillas. En una de estas, el durmiente era visitado por la
bella diosa Fortuna quien le increpaba “Servio, me estás haciendo esperar
mucho tiempo y como me canse voy a visitar a otro mortal mas receptivo”
Del gobernador general de la
provincia Tarraconense, Galba, se conocen muchos datos biográficos por los
historiadores contemporáneos del siglo I en que desarrolló su existencia, Cayo
Cornelio Tácito, Cayo Suetonio y Plutarco.
Servio, hijo de un abogado prestigioso,
aunque bajito y jorobado, era miembro de antiquísima familia de patricios
romanos de pura cepa: la gens Sulpicia, con muchos próceres y gobernadores en
su haber a lo largo de los cuatro siglos precedentes a su tiempo.
Al mirar atrás en su vida desde
la perspectiva de sus setenta años contemplaba un curriculum impecable:
Gobernador de Aquitania, Legado en Germania Superior, -derrotando a la tribu de
los catos y asegurando la frontera del Rhin- Procónsul en África y desde hacía
8 años, corría el año 67, Gobernador de Hispania Tarraconense.
Entre sus distinciones estaba el
derecho de vestir la ornamenta triunphalia – corona de laurel, toga
pictia y carro de cuatro caballos- y ser miembro de los tres colegios sacerdotales
más antiguos, los quindecenviros, los titii y los augustales.
Pero de aquello hacía ya
veintisiete años y ahora, con Nerón en sus horas bajas, la situación era
distinta.
Efectivamente Nerón, a pesar de
haber sido exquisitamente educado por nuestro Séneca, se encontraba, a sus
treinta años de edad, totalmente desnortado, en un delirio de poder
incontrolado – obligando a suicidarse a Seneca entre otros muchos amigos-
sembrando el terror entre los senadores y habiéndose gastado lo propio y lo
ajeno. Todo lo cual hacía insostenible su mandato enervando a senadores y
guardias pretorianos y -lo que resultaba peor- obligando a los gobernadores
relevantes del imperio, detentadores del mando de las legiones, a buscar rápidamente
un sucesor que restableciera el orden.
Uno de estos, el gobernador de la
Galia Lugdunense (Lyon), Cayo Julio Vindex, que se había rebelado ya en febrero
del año 68, al no poder postularse a sí mismo, por ser galo, propuso a Galba que
se autoproclamara emperador con su apoyo y el de otros gobernantes.
Galba dio algunos pasos en tal
sentido, pero temiendo por su vida- supo que Nerón había ordenado asesinarle-,
de momento se retiró desde Cartago Nova a Clunia, ciudad del interior que
constituía el nudo de comunicaciones mas conveniente, al tiempo que lugar mas
seguro para su persona.
Comenzó a reclutar una legión,
que se llamó VII Galbiana, al tiempo que enviaba cartas recabando su adhesión a
los demás gobernadores de Imperio.
De estos, obtuvo la del gobernador
de Lusitania, Otón, la del de la Bética, Aulo Cecina y el conocimiento de que
el gobernador de África asimismo se había rebelado.
En tanto, en Roma continuaban precipitándose
los acontecimientos contra Nerón, que ante la hostilidad de su entorno había entrado
en pánico. Su propio jefe de la guardia pretoriana pidió y obtuvo del Senado la
proclamación de Galba como nuevo emperador
El 8 de junio del año 68, el
Senado proclamó emperador a Galba, quien se encontraba en tal fecha en su
palacio de Clunia convirtiendo por ello de facto a esta ciudad de treinta mil
habitantes entonces, en la capital de imperio romano.
Nerón, condenado a muerte por el
Senado, se suicidó en la mansión de un amigo, dando fin con ello a la dinastía
de los Julio-Claudios, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón.
El mandato de Galba no duró
mucho, ya que, en enero del siguiente año,69, fue asesinado en complot urdido
por su previo aliado Otón, despechado por no haber sido designado su sucesor.
En algarada en el mismo Foro de Roma fue decapitado por un soldado raso y su
cabeza calva, exhibida por las calles en una pica en acreditación de tal hecho.
Así eran aquellos turbulentos
tiempos que paradójicamente constituyeron el culmen de una civilización
extremadamente avanzada que no ha dejado de ser universalmente admirada durante
los últimos 2000 años: El Imperio Romano.
Clunia, enclavada en la actual
provincia de Burgos, cabeza de Castilla y núcleo de una organización política
posterior, basada en principios tan distintos, es hoy un yacimiento arqueológico,
bastante desconocido a pesar de un hecho tan notorio como el descrito.
Recientemente en este yacimiento, han logrado reconstruir una estatua de Diosa
Fortuna – la que se había aparecido a Galba en sueños- a partir de los doscientos
fragmentos en que había sido rota.