El Leon de Arlanza

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domingo, 2 de septiembre de 2018

La nao San Lesmes descubre Australia


Durante los siete años que duró el deterioro cognitivo de mi madre, prácticamente casi todos los domingos la acompañé a la Misa de una, en la que fue nuestra Parroquia de San Lesmes.

                                          Iglesia de San Lesmes (Burgos)

Solíamos situarnos en el lado del Evangelio junto al púlpito que en los días soleados se ilumina a esa hora con el haz de luz proveniente del ventanal ojival de la derecha.

El púlpito es una espléndida pieza de piedra blanca de Hontoria en forma de enorme copa, decorada con la efigie renacentista de una hermosa Virgen con el Niño flanqueados con las de los dos San Juanes, Bautista y Evangelista- La iglesia actual se edificó sobre una antigua Capilla Extramuros de Burgos dedicada a San Juan Evangelista-. También aparecen en el magnífico relieve un escudo conteniendo el compás y la escuadra, quizá por ser símbolos gremiales masónicos del autor.

                                                   Púlpito de la Iglesia de San Lesmes

Quien fuera éste aún hoy no se encuentra identificado, pudiendo tratarse de Felipe Vigarni o de Juan de Salas. La contemplación de la belleza de la pieza, en todo caso producía en mí un extraño efecto benéfico y de consuelo.

Mi madre, a pesar de su dolencia, seguía con precisión inusitada el ritual de la Misa, recitando oraciones y cantos, haciendo con esta actitud, olvidar su triste pérdida de memoria.

A nuestra izquierda, entre la penumbra de la nave lateral, desapercibidos casi de la vista, se siente la presencia de Don Cristóbal de Haro y su esposa Doña Catalina de Ayala que llevan casi quinientos años rezando por su salvación eterna, inmortales en piadosa y pétrea efigie que les presenta arrodillados y con las manos juntas sobre el pecho.

                                  Estatuas Sepulcro de los Haro en la Iglesia de San Lesmes

A principios del siglo XVI los Haro fueron una de las familias de comerciantes más poderosas de Burgos y del Imperio español.

Provenientes de la Rioja, como en su nombre indica, posiblemente de origen judeoconverso, acumularon su fortuna invirtiendo arriesgadamente en empresas ultramarinas que comerciaban con toda clase de mercaderías en un principio al servicio de la corona portuguesa y posteriormente vueltos a Castilla.

Familia tentacular con su epicentro en Burgos, por su condición esta, entonces, de Centro de Contratación de primer orden, tenía ramas familiares activas en Amberes, Sevilla, La Coruña y Lisboa.

Inicialmente Cristóbal de Haro, que no era rico por casualidad, radicado en Lisboa, financió en 1511 para el Rey de Portugal, una expedición secreta que, buscando el paso occidental al pacífico sin éxito, descubrió el Rio de la Plata. La expedición debía ser ocultada por contraria al Tratado de Tordesillas que reservaba dicha ruta a la Corona de Castilla.

Desencantado con Juan II de Portugal y vuelto a España, desde 1517 colaboró estrechamente con Carlos I, en compañía de otras potentes familias, en la financiación de sus empresas ultramarinas y otros servicios de información y espionaje, siendo la más célebre de aquellas, por heroica, la promoción del viaje de Magallanes en busca de un paso transoceánico al sur del continente americano que permitiera el acceso a las islas de las especias. Eran estas, mercancía del máximo aprecio y rentabilidad entonces, acción presuntamente acorde con aquel Tratado de reparto de los territorios.

Esta odisea de Magallanes-Elcano, que implicó el primer viaje de circunvalación del globo culminado en 1522, constituyendo tan descomunal hito de la Historia de la navegación y universal, cambió la concepción del mundo.

A pesar de que únicamente 18 de los 250 expedicionarios regresaron en una única nave, La Victoria, de las cinco que componían la armada, el cargamento de clavo de olor y pimienta que lograron traer hasta Sevilla proporcionó réditos suficientes para compensar la inversión en las cinco naves y dejar a sus inversores, especialmente a Cristóbal de Haro un sustancioso beneficio.

En todo caso Cristóbal de Haro, mente fría de apostador, por si la expedición de Magallanes no hubiera regresado o hubiera vuelto de vacío, había financiado otra escuadra alternativa, atravesando el Istmo de Nicaragua para, desde la costa del Pacífico alcanzar el mismo objetivo.

El descubrimiento de las llamadas Islas Molucas o de las especias, -actual Indonesia- generó una fuerte disputa entre España y Portugal por no quedar claro, si conforme al Tratado de Tordesillas se encontraban estas dentro de los territorios correspondientes a Castilla.

Las sucesivas negociaciones entre ambas naciones no dieron resultado amistoso por lo que Carlos I decidió enviar una nueva flota armada al mando del Comendador de Bárbales y Caballero de la Orden de San Juan, Fray García Jofre de Loaysa. Este noble manchego venía avalado por ser remoto descendiente del célebre cruzado Godofredo de Bouillon y sobrino del propio confesor del monarca. Su misión era llegar a las Molucas por el paso descubierto por Magallanes a través del Pacífico Sur, tomar posesión en nombre del Emperador, establecer su colonización y defenderla por las armas.

                                          Flota de la Expedición de Jofre de Loaysa

En consecuencia, la flota dispuesta para tal fin reunía una considerable entidad marinera, en número de navíos de buen tonelaje, y numerosa gente de guerra.

Cristóbal de Haro participó también en el soporte financiero de esta nueva misión junto a los poderosos Fugger y, como es natural, el propio Emperador Carlos. Esta flota que contaba entre sus expedicionarios con Juan Sebastián Elcano, estaba dotada de seis naves, la Santa María de la Victoria, nave capitana, la Sancti Spiritus, la Anunciada, la San Gabriel, la Santa María del Parral, la San Lesmes y el patache Santiago. En ellas embarcaron 450 hombres, casi todos de guerra, y en número cercano al doble que en la expedición de Magallanes. Zarparon antes del amanecer el 24 de julio de 1525 del puerto de la Coruña.

 Entre las naos que la componían, la San Lesmes, de 96 toneladas cuyo capitán era Francisco de Hoces proclamaría en la mar océana, con su denominación, su encomienda al Santo Patrón de Burgos y a la Parroquia de los Haro.

Durante la Misa, miro de reojo a Cristóbal de Haro que, en su sereno semblante parece rogar por la San Lesmes mientras imagina los cabeceos de su casco entre las tremendas olas del Cabo de Hornos. Parece saber bien, por oído tantas veces, lo incierto y penoso de la travesía.

De las siete naves únicamente cuatro llegaron al Paso de Magallanes el 14 de enero de 1526, las otras tres se habían quedado encalladas en el estuario del río Gállego que habían confundido con el estrecho, logrando posteriormente liberarse y regresar a España dos de ellas habiendo naufragado la tercera.

El 24 de enero Loaysa logró entrar en el canal con tres de las naves, pero la cuarta, la San Lesmes, impulsada por los fortísimos vientos, salió del estrecho y se vio obligada a circunvalar la tierra de Fuego hasta llegar a la latitud 55 º Sur, por el “acabamiento de la tierra “, como relatarían al reencontrarse días después.


La San Lesmes había descubierto el paso del Atlántico al pacífico Sur por el extremo del Continente Americano, llamado desde entonces “Mar de Hoces”, un nuevo pasaje al Pacífico sur, alrededor del cabo de Hornos, que más tarde se denominaría pasaje de Drake por el célebre corsario que medio siglo después realizó igual recorrido.

Cuatro naves culminaron el paso del estrecho al Pacífico el 26 de mayo de 1526 pero de las cuatro únicamente la capitana Santa María de la Victoria, a pesar de lo desastroso de su estado, consiguió llega a su destino, aunque en el trayecto falleció el general de la Armada Loaysa.

El patache Santiago en el que embarco Francisco de Hoces no siendo autosuficiente para el transporte de víveres necesarios para su cuarenta ocupantes decidió renunciar a atravesar el pacífico y navegó hasta Nueva España (México) donde finalmente fondeó en Tehuantepec dos meses después (Hoy Salina Cruz en Oaxaca)

La Santa María del Parral consiguió atravesar el Pacífico y llegar a las Célebes cerca de las Molucas, pero su tripulación se amotinó asesinando a su capitán Jorge Manrique de Nájera, a su hermano y al tesorero y finalmente la nao embarrancó cerca de Sanguín donde los indígenas atacaron a la tripulación, asesinando a muchos y esclavizando al resto.

Y, finalmente la San Lesmes, capitaneada por Diego Alonso de Solís que había embarcado como tesorero general de la nave capitana y tenido que sustituir a Hoces por enfermedad de este, desapareció en una tremenda tormenta el 1 de junio de 1526.

A partir de aquí todo son hipótesis con esta nave perdida pero la más fundada- y aquí no se expondrán los argumentos- es la de los historiadores François y Roger Hervé de la Biblioteca Nacional de París.

Según estos científicos, fuera de todo rumbo controlable, la San Lesmes continuó navegando el Pacífico Sur, llegando a avistar la actual Nueva Zelanda y llegando finalmente al estuario hoy denominado de Warnambool en el sur de Australia, en el lugar hoy denominado Mahogany ship, donde la nave naufragó, consiguiendo con ello ser los primeros europeos que descubrieron Australia.

La tripulación entonces, según los mismos autores, de dividió y, parte por tierra y parte construyendo y tripulando otra nave al mando de Solís, se dirigieron por la costa Este de Australia hacia el norte, hasta Cabo York. A partir de allí fueron hechos prisioneros y asesinados por los portugueses que se apoderaron de toda la cartografía de la costa australiana levantada por los españoles que más tarde apareció como Carta del Delfín y en la cartografía de la Escuela de Dieppe.
                                             Carta del Delfín

Mi madre falleció en septiembre de 2013, por diversas circunstancias, en Madrid y no encontré fecha en el calendario de la Iglesia de San Lesmes para celebrar allí un funeral como hubiera querido. - La encontré en la Iglesia de San Nicolás, junto a la Catedral, donde también la acompañé a oír la Misa dominical algunas veces- por eso no he vuelto a despedirme de Don Cristóbal como hubiera debido.
Supongo que a estas alturas tanto francisco de Hoces como Alonso Solís o el mismísimo Loaysa ya le habrán contado lo que ocurrió en realidad con la singladura de la Nao san Lesmes y que mientras, si deseo enterarme yo también, tendré que dedicarle el tiempo necesario. Prometo hacerlo.


lunes, 15 de enero de 2018

Alonso de Cartagena, filósofo de la Historia de España


Alonso mira serenamente el centro del octógono que forma la cúpula de la Capilla donde un medallón recuerda, entre flores de lis,  la escena bíblica de sus parientes lejanas, María, la Virgen, visitando a su prima Isabel.

Se muestra revestido con la pompa propia de la dignidad eclesiástica como Obispo de Burgos, que hace quinientos años equivalía a máxima dignidad cultural y autoridad de conocimiento.
Estamos en la Catedral de Burgos, concretamente en la Capilla de la Visitación.

La figura yacente de alabastro veteado que descansa sobre una cama labrada en piedra es la de uno de los grandes hombres que hicieron España: Alonso de Cartagena.


Alonso nació en Burgos en 1384, hijo del rabino  Selemoh-Ha Leví, al que más tarde se conocería por “El Burgense”. Estamos pues ante un burgalés hijo de burgalés, y de los buenos, padre e hijo.

“El Burgense” , su padre, había sido rabino mayor de una de las juderías más importantes de España en el siglo XIV, la de Burgos. Tras las persecuciones terribles padecidas en ese siglo, Selemoh se convirtió al cristianismo, persuadido por Vicente Ferrer. Según el Padre Flórez, recibió el bautismo el día 21 de julio de 1390, a los cuarenta años de edad, de manos del abad de Covarrubias Don Garci Alonso, pasando a adoptar el nombre de Pablo de Santamaría y tomando las armas del blasón de su familia, propio del que se decía descender de la Casa de la Virgen y así tiene un Lirio o Azucena (Flor de Lis) de plata sobre campo verde.

Se convirtió él y todos sus hijos, aunque no su esposa y, a partir de su conversión, su involucración en la Iglesia y las instituciones fue intensa, sincera y brillante, tanto que, entre las muchas dignidades acumuladas en su persona, fue preceptor de Juan II y Canciller Mayor de Castilla además de Obispo de Cartagena y después de Burgos.

Alonso fue su segundo hijo y fue educado en la religión católica desde su infancia, estudió leyes en Salamanca resultando un excelente jurista, además de Filósofo, historiador y político.
Juan II le envió al Concilio de Basilea donde , en el proceso de postular la defensa del Reino de Castilla frente a Inglaterra, en su confrontación protocolaria sobre preeminencia  en dignidad e importancia, resultó vencedor brillante del litigio por su calidad retórica y la contundencia de fundamentos históricos. Con el inventario de estos dejó constancia, recuerdo, recopilación y descripción de los méritos del Reino de Castilla, ante el mundo allí reunido, plasmando el retrato de un Reino difícilmente superable en grandeza de hechos.

De Basilea volvió a Burgos acompañado de un excepcional maestro de obras llamado Juan de Colonia, artífice posterior de las universalmente conocidas agujas de la Catedral.
Escribió un buen número de obras y tratados de carácter religioso pero también de carácter jurídico, filosófico, histórico y político, como las “Allegationes super conquista insularum Canariae” en defensa de la legitimad de España sobre el dominio del archipiélago.

Sus contemporáneos se deshacen en elogios sobre su figura describiéndole como personalidad admirable y de inteligencia y conocimientos sin posible comparación entre los de su época.
Pulgar le describe en “Los Claros Varones de España” como “hombre de buen cuerpo e bien compuesto en la proporción de sus miembros” de excelente pulcritud en sus costumbres, vestimenta y hábitos alimentarios, tanto es así que- según Flórez- el Papa tenía en tan alta consideración a Don Alonso que en cierta ocasión se le oyó decir. “Por cierto que, si el Obispo Don Alonso de Burgos en nuestra Corte viene, con gran vergüenza nos asentaremos en la silla de San Pedro.”

Actualmente se le empieza a reconocer su egregia figura de primer humanista, y Filósofo de la Historia de España y adelantado en su tiempo. Elena Ronzón, filóloga de la Universidad de Oviedo tiene una muy documentada exposición sobre este burgalés universal en youtube.

Don Alonso dispuso generosamente de sus bienes favoreciendo la edificación del Convento de San Pablo de Burgos, numerosos aportes a la Catedral, en concreto la capilla de la Visitación, en la que dispuso se instalara su propio sepulcro con los caracteres que hoy lo vemos “ Quiero ser sepultado a la manera de otros pontífices con ornamentos  pontificales blancos  de lino, porque si bien mi persona es indigna, pero la dignidad pontifical que tengo sin merecimiento es digna y exige esto razonablemente” … nos explica en su testamento.


Murió en 1456 a los 72 años de edad, en Villasandino, cuando ya casi llegaba a Burgos de regreso de peregrinación a Santiago de Compostela, Sede en la que había sido Deán con anterioridad.

miércoles, 3 de enero de 2018

Una magnífica reja


La reja que separa el gran coro de las monjas de la Nave central en la Iglesia del Monasterio de las Huelgas, de la Capilla de San Juan Bautista, es pieza única, de pretensión artística impresionante, dorada y testimonial, pero reja al fin.


Reja entre el Coro y Capilla de San Juan Bautista . Las Huelgas

Realizada en madera policromada, en ella miran hacia la cabecera del templo las efigies del fundador Alfonso VIII, su esposa Leonor de Inglaterrra y la hija de ambos Berenguela de Castilla, columna vertebral, eje y clave de la unidad del Reino después. 

En la parte de poniente de la obra, la cliente de este elemento singular , ordenó los retratos- estos ya más parecidos a los retratados- de sus egregios familiares de la casa de Austria, su abuelo Carlos I de España, su tío Felipe II y su propio padre, hijo natural del primero y por lo tanto hermanastro del segundo, Juan de Austria, héroe de Lepanto. Todos ellos mirando de frente a su propio sepulcro situado en el centro de la capilla.

Con tal grupo humano, la reja integra el lustre máximo de Reyes y Emperadores del Imperio en el que, por vez primera en la historia conocida, no se ponía el sol y expresa el subconsciente- o no-  mensaje de la abadesa que encargó, diseñó y sufragó tal obra de relación a perpetuidad de una dinastía con un instrumento de encierro: una reja magnífica.

Porque lo cierto es que Doña Ana, con esta obra, unía para siempre, en imagen, la de su tío Felipe II a un elemento arquitectónico que simboliza entre otras cosas, la limitación de la libertad. También la de su propio padre y la de los ancestros próximos y remotos de la familia real a la que ella no había elegido pertenecer y mucho menos en calidad de hija bastarda de un hijo bastardo.

María Ana había nacido en el Palacio de Pastrana, fruto de la relación entre Juan de Austria y María de Mendoza, dama de compañía de su hermana Juana de Austria. Por ello su nacimiento se mantuvo en secreto y, para que también su propia existencia lo fuera, fue ingresada en el Convento de Agustinas de Madrigal de las Altas Torres, a la temprana edad de seis años, para ser educada y recluida como religiosa, sin constancia previa de su vocación.

Los avatares del destino hicieron que en la misma localidad de Madrigal coincidieran por aquellas fechas de 1594, en las que Ana ya había cumplido profesión y votos, dos personajes relacionados entre si que la involucraron en un proceso que a punto estuvo de acabar con sus días.

En este año era Vicario del Convento de Nuestra Señora de Gracia de Madrigal, Fray Miguel de los Santos, agustino portugués que había sido confesor del Rey Don Sebastián de Portugal, fallecido supuestamente en Marruecos, en 1578 durante la batalla de Alcazarquivir.

Don Sebastian I de Portugal

Al fallecimiento de este monarca fue proclamado sucesor su tío Enrique quien, para posibilitar la continuidad dinástica había pedido al Papa ser liberado de sus votos eclesiásticos, dada su condición de Cardenal, pretensión que no le fue concedida.

Se abrió con ello, a su fallecimiento, una lucha dinástica entre su sobrino Antonio y Felipe II, este como legítimo heredero de la secular política matrimonial mantenida desde los Reyes Católicos con la corona portuguesa.

Antonio fue derrotado en la batalla de Alcántara en agosto de 1580 por el Duque de Alba, quedando con ello Felipe II como único titular legítimo del reino.

Entre los partidarios del derrotado Don Antonio se encontraba Fray Miguel de los Santos, por lo que tras el confinamiento de aquel en Crato, el fraile fue exiliado a Madrigal como Vicario del Convento en el que había prometido sus votos Doña María Ana.

Lo que sucedió puede hoy parecer producto de una ficción literaria, pero en aquellos días ocurrió realmente y ha quedado de todo ello una abundante prueba documental: este religioso creyó ver una oportunidad de recuperar la corona portuguesa para un monarca portugués en la persona de Gabriel de Espinosa, cuya identidad real continúa, incluso hoy día, poco clara.

Mientras algunos le consideran natural de Madrigal, parece ser Toledo el lugar más probable de su nacimiento por el documento más antiguo que se conserva sobre su persona, que refiere un título de pastelero expedido en dicha ciudad.

A este pastelero – en el sentido del término en aquella época como cocinero especializado en la elaboración de pasteles de carne- Fray Miguel lo tenía por el mismísimo Rey Don Sebastián de Portugal que, en realidad – en su suposición- no había fallecido en la nefasta batalla africana, sino que continuaba viviendo de incógnito, por distintas causas y maniobraba para volver y ser aclamado por el pueblo que tanto le añoraba.

Es lo más probable que Espinosa fuera huérfano o, en otra hipótesis, hijo bastardo de Don Juan Manuel de Portugal, padre del Rey Don Sebastián, y una madrigaleña llamada María Pérez o María Espinosa, doncella de los marqueses de Castañeda o de la Infanta Juana, esposa del Príncipe Juan, resultando por ello ser hermanastro del Rey Sebastián.

En 1594 había llegado Gabriel a Madrigal tras un largo periplo ejerciendo su oficio de pastelero, acompañado de una mujer, Isabel Cid y de una hija de dos años. En su entorno resultaba extraño que un simple artesano dominara varios idiomas como el francés o el alemán, como era el caso, así como que tuviese destreza en artes de equitación y muy buenas formas sociales. La explicación de estas habilidades pudiera deberse a haber ejercido en la milicia del capitán Pedro Bermúdez a la que siguió en campaña ejerciendo su oficio.

Estancia del Convento de Religiosas Agustinas de Madrigal de las Altas Torres (Avila)

Estas destrezas personales, el hecho de ser pelirrojo y su gran parecido físico con el rey Don Sebastián, pudieron contribuir a dar consistencia al plan de hacerse pasar por aquel monarca que reaparecía e iniciar una alambicada trama entre el fraile y el pastelero que implicó a la aristocrática religiosa en su ingenuidad y ansiedad de liberación del claustro.

Fray Miguel se las ingenió para poner en contacto a Gabriel con Doña María Ana, quien acepto participar plenamente, bien creyendo realmente en la reaparición de su primo Sebastián o únicamente viendo en ello una oportunidad de evitar el Convento. Poco después ambos se prometían en matrimonio, condicionado por parte de ella a conseguir la dispensa de su voto por el Papa, merced que esperaría obtener ante el hecho de ser su futuro marido rey de Portugal.

En la trama comenzaron también a participar secretamente nobles portugueses que visitaban discretamente el convento preparando el camino.

Gabriel procedió con bastante falta de prudencia en las gestiones para conseguir fondos con los que financiar la conspiración y fue detenido en Valladolid donde le requisaron joyas y cartas que resultaron ser de Doña María Ana y de Fray Miguel, cartas cuyo contenido evidenciaba la trama y de las que no pudo dar explicación satisfactoria con el resultado de que todo ello fue considerado motivo suficiente para instruir un juicio por alta traición contra los implicados.

Fueron Gabriel y Fray Miguel reiteradamente interrogados, incluso bajo tormento, y finalmente acusados de crimen de lesa majestad. Todo el proceso fue tutelado personalmente por el propio Felipe II y a lo largo del mismo no se logró una confesión clara del principal acusado, quien poco dijo de su vida y andanzas, revelando únicamente que su verdadero nombre no era por el que se le conocía, sino que lo usaba por ser el que aparecía en su título de pastelero. Su ambiguo comportamiento fue desde una pronta confesión de suplantación hasta la negación de la misma.

Finalmente, el uno de agosto de 1595, se sentenció la culpabilidad de Gabriel Espinosa condenándole a morir en la horca. Las crónicas de la ejecución contribuyen a perpetuar las incógnitas: el orgullo de su mirada, la tranquilidad ajustándose la soga al cuello y la cólera con la que citó a D. Rodrigo, la autoridad que lo detuvo, ante el Tribunal de Dios. 

Con los rigores propios de los ajusticiamientos ejemplares previstos para los máximos crímenes de la época, tras el ahorcamiento, el cadáver fue decapitado y descuartizado exponiéndose sus despojos al pueblo en cada una de las cuatro puertas de la muralla, y la cabeza en la fachada del Ayuntamiento de la Villa de Madrigal.

Fray Miguel de los Santos también fue condenado a la máxima pena, despojado de sus atributos eclesiásticos, fue paseado en un asno en la forma degradante de los autos de fe por la hoy conocida aún como Calle del Sombrerete, en alusión a este aditamento que se imponía al reo siendo finalmente ahorcado en la Plaza Mayor de Madrid.

Tampoco el agustino dejo de contribuir a la continuidad del misterio, afirmando al pie de la horca que había creído firmemente que el pastelero era el rey ya que él había conocido personalmente a Don Sebastián. Una vez ahorcado su cadáver también fue decapitado y su cabeza enviada a Madrigal.

Tampoco tvo piedad Felipe II con su sobrina. A pesar de ser más víctima de la trama, que culpable de ella, fue encerrada en estricta clausura en el Convento de Nuestra Señora de Gracia de Ávila, donde permaneció más de cuatro años privada de todos sus privilegios. Una vez que en 1598 falleció el rey Felipe, su sucesor y por lo tanto primo de ella, Felipe III, la perdonó, retornando al Convento de Madrigal donde terminó siendo Priora.

En el Archivo Nacional de Simancas se conserva el expediente del proceso del “Pastelero de Madrigal”, que fue declarado materia reservada y Secreto de Estado por el Duque de Lerma el 23 de septiembre de 1615, con lo que no pudo ser investigado hasta que, a mediados del siglo XIX, se levantó el secreto procesal.

Finalmente, en 1611 Doña Ana de Austria en una oportuna ocasión de conflictividad en la regencia del Monasterio de las Huelgas, fue elegida Abadesa perpetua como figura digna de solución del conflicto y ejerció dicho cargo, con un reconocido acierto hasta 1629.

Doña Maria Ana de Austria con Hábito y Báculo de Abadesa de Las Huelgas

Su llegada resulto beneficiosa para la buena administración del monasterio y su figura fue respetada y querida por sus súbditos, dejando numerosos vestigios de su mandato.

Entre ellos todo los elementos y retablo de la Capilla de San Juan Bautista al fondo de la nave central de la Iglesia del Monasterio, bajo las armas de la Casa de Austria, un conjunto de pinturas y elaboradas tallas de la Inmaculada y de los Santos Benito y Bernardo y los coros de madera lisa destinados a las Hermanas Conversas.

Y frente a la espléndida reja con las figuras de sus ancestros, en el centro del espacio, la losa sepulcral de la abadesa Ana de Austria bajo la cual no se encuentran sus restos.

Sepultura de Doña Maria Ana de Austria. Las Huelgas.

Por nobles motivos arqueológicos cuyos resultados pueden contemplarse  en el Museo del Convento, las sepulturas de todo el lugar han sido removidas y estudiadas. Sin embargo, cuando se abrió el ataúd con la inscripción de su identidad y la fecha de su fallecimiento (¿1640?) escrita en extraña grafía,” Falleció el 28 de noviembre de MDC XXLX”, este se encontraba vacío, ignorándose hasta hoy donde pueda encontrarse su contenido, si es que alguna vez lo tuvo.

 Parece como si la reclusión que practicó en vida y que la reja simboliza, hubiera dejado de ser efectiva en un momento determinado, no por el fin de sus días, sino por su sola voluntad.


 Coro de las Monjas en la Nave Central y la reja de Doña Maria Ana de Austria al fondo.