Alonso mira serenamente el centro del octógono que forma la
cúpula de la Capilla donde un medallón recuerda, entre flores de lis, la escena bíblica de sus parientes lejanas,
María, la Virgen, visitando a su prima Isabel.
Se muestra revestido con la pompa propia de la dignidad
eclesiástica como Obispo de Burgos, que hace quinientos años equivalía a máxima
dignidad cultural y autoridad de conocimiento.
Estamos en la Catedral de Burgos, concretamente en la
Capilla de la Visitación.
La figura yacente de alabastro veteado que descansa sobre
una cama labrada en piedra es la de uno de los grandes hombres que hicieron
España: Alonso de Cartagena.
Alonso nació en Burgos en 1384, hijo del rabino Selemoh-Ha Leví, al que más tarde se
conocería por “El Burgense”. Estamos pues ante un burgalés hijo de burgalés, y
de los buenos, padre e hijo.
“El Burgense” , su padre, había sido rabino mayor de una de
las juderías más importantes de España en el siglo XIV, la de Burgos. Tras las
persecuciones terribles padecidas en ese siglo, Selemoh se convirtió al
cristianismo, persuadido por Vicente Ferrer. Según el Padre Flórez, recibió el
bautismo el día 21 de julio de 1390, a los cuarenta años de edad, de manos del
abad de Covarrubias Don Garci Alonso, pasando a adoptar el nombre de Pablo de Santamaría
y tomando las armas del blasón de su familia, propio del que se decía descender
de la Casa de la Virgen y así tiene un Lirio o Azucena (Flor de Lis) de plata
sobre campo verde.
Se convirtió él y todos sus hijos, aunque no su esposa y, a partir
de su conversión, su involucración en la Iglesia y las instituciones fue
intensa, sincera y brillante, tanto que, entre las muchas dignidades acumuladas
en su persona, fue preceptor de Juan II y Canciller Mayor de Castilla además de
Obispo de Cartagena y después de Burgos.
Alonso fue su segundo hijo y fue educado en la religión
católica desde su infancia, estudió leyes en Salamanca resultando un excelente
jurista, además de Filósofo, historiador y político.
Juan II le envió al Concilio de Basilea donde , en el
proceso de postular la defensa del Reino de Castilla frente a Inglaterra, en su
confrontación protocolaria sobre preeminencia
en dignidad e importancia, resultó vencedor brillante del litigio por su
calidad retórica y la contundencia de fundamentos históricos. Con el inventario
de estos dejó constancia, recuerdo, recopilación y descripción de los méritos
del Reino de Castilla, ante el mundo allí reunido, plasmando el retrato de un
Reino difícilmente superable en grandeza de hechos.
De Basilea volvió a Burgos acompañado de un excepcional
maestro de obras llamado Juan de Colonia, artífice posterior de las
universalmente conocidas agujas de la Catedral.
Escribió un buen número de obras y tratados de carácter
religioso pero también de carácter jurídico, filosófico, histórico y político,
como las “Allegationes super conquista
insularum Canariae” en defensa de la legitimad de España sobre el dominio
del archipiélago.
Sus contemporáneos se deshacen en elogios sobre su figura
describiéndole como personalidad admirable y de inteligencia y conocimientos
sin posible comparación entre los de su época.
Pulgar le describe en “Los Claros Varones de España” como
“hombre de buen cuerpo e bien compuesto en la proporción de sus miembros” de
excelente pulcritud en sus costumbres, vestimenta y hábitos alimentarios, tanto
es así que- según Flórez- el Papa tenía en tan alta consideración a Don Alonso
que en cierta ocasión se le oyó decir. “Por cierto que, si el Obispo Don Alonso
de Burgos en nuestra Corte viene, con gran vergüenza nos asentaremos en la
silla de San Pedro.”
Actualmente se le empieza a reconocer su egregia figura de
primer humanista, y Filósofo de la Historia de España y adelantado en su
tiempo. Elena Ronzón, filóloga de la Universidad de Oviedo tiene una muy
documentada exposición sobre este burgalés universal en youtube.
Don Alonso dispuso generosamente de sus bienes favoreciendo
la edificación del Convento de San Pablo de Burgos, numerosos aportes a la
Catedral, en concreto la capilla de la Visitación, en la que dispuso se
instalara su propio sepulcro con los caracteres que hoy lo vemos “ Quiero ser
sepultado a la manera de otros pontífices con ornamentos pontificales blancos de lino, porque si bien mi persona es indigna,
pero la dignidad pontifical que tengo sin merecimiento es digna y exige esto
razonablemente” … nos explica en su testamento.
Murió en 1456 a los 72 años de edad, en Villasandino, cuando
ya casi llegaba a Burgos de regreso de peregrinación a Santiago de Compostela,
Sede en la que había sido Deán con anterioridad.
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