El Leon de Arlanza

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lunes, 15 de enero de 2018

Alonso de Cartagena, filósofo de la Historia de España


Alonso mira serenamente el centro del octógono que forma la cúpula de la Capilla donde un medallón recuerda, entre flores de lis,  la escena bíblica de sus parientes lejanas, María, la Virgen, visitando a su prima Isabel.

Se muestra revestido con la pompa propia de la dignidad eclesiástica como Obispo de Burgos, que hace quinientos años equivalía a máxima dignidad cultural y autoridad de conocimiento.
Estamos en la Catedral de Burgos, concretamente en la Capilla de la Visitación.

La figura yacente de alabastro veteado que descansa sobre una cama labrada en piedra es la de uno de los grandes hombres que hicieron España: Alonso de Cartagena.


Alonso nació en Burgos en 1384, hijo del rabino  Selemoh-Ha Leví, al que más tarde se conocería por “El Burgense”. Estamos pues ante un burgalés hijo de burgalés, y de los buenos, padre e hijo.

“El Burgense” , su padre, había sido rabino mayor de una de las juderías más importantes de España en el siglo XIV, la de Burgos. Tras las persecuciones terribles padecidas en ese siglo, Selemoh se convirtió al cristianismo, persuadido por Vicente Ferrer. Según el Padre Flórez, recibió el bautismo el día 21 de julio de 1390, a los cuarenta años de edad, de manos del abad de Covarrubias Don Garci Alonso, pasando a adoptar el nombre de Pablo de Santamaría y tomando las armas del blasón de su familia, propio del que se decía descender de la Casa de la Virgen y así tiene un Lirio o Azucena (Flor de Lis) de plata sobre campo verde.

Se convirtió él y todos sus hijos, aunque no su esposa y, a partir de su conversión, su involucración en la Iglesia y las instituciones fue intensa, sincera y brillante, tanto que, entre las muchas dignidades acumuladas en su persona, fue preceptor de Juan II y Canciller Mayor de Castilla además de Obispo de Cartagena y después de Burgos.

Alonso fue su segundo hijo y fue educado en la religión católica desde su infancia, estudió leyes en Salamanca resultando un excelente jurista, además de Filósofo, historiador y político.
Juan II le envió al Concilio de Basilea donde , en el proceso de postular la defensa del Reino de Castilla frente a Inglaterra, en su confrontación protocolaria sobre preeminencia  en dignidad e importancia, resultó vencedor brillante del litigio por su calidad retórica y la contundencia de fundamentos históricos. Con el inventario de estos dejó constancia, recuerdo, recopilación y descripción de los méritos del Reino de Castilla, ante el mundo allí reunido, plasmando el retrato de un Reino difícilmente superable en grandeza de hechos.

De Basilea volvió a Burgos acompañado de un excepcional maestro de obras llamado Juan de Colonia, artífice posterior de las universalmente conocidas agujas de la Catedral.
Escribió un buen número de obras y tratados de carácter religioso pero también de carácter jurídico, filosófico, histórico y político, como las “Allegationes super conquista insularum Canariae” en defensa de la legitimad de España sobre el dominio del archipiélago.

Sus contemporáneos se deshacen en elogios sobre su figura describiéndole como personalidad admirable y de inteligencia y conocimientos sin posible comparación entre los de su época.
Pulgar le describe en “Los Claros Varones de España” como “hombre de buen cuerpo e bien compuesto en la proporción de sus miembros” de excelente pulcritud en sus costumbres, vestimenta y hábitos alimentarios, tanto es así que- según Flórez- el Papa tenía en tan alta consideración a Don Alonso que en cierta ocasión se le oyó decir. “Por cierto que, si el Obispo Don Alonso de Burgos en nuestra Corte viene, con gran vergüenza nos asentaremos en la silla de San Pedro.”

Actualmente se le empieza a reconocer su egregia figura de primer humanista, y Filósofo de la Historia de España y adelantado en su tiempo. Elena Ronzón, filóloga de la Universidad de Oviedo tiene una muy documentada exposición sobre este burgalés universal en youtube.

Don Alonso dispuso generosamente de sus bienes favoreciendo la edificación del Convento de San Pablo de Burgos, numerosos aportes a la Catedral, en concreto la capilla de la Visitación, en la que dispuso se instalara su propio sepulcro con los caracteres que hoy lo vemos “ Quiero ser sepultado a la manera de otros pontífices con ornamentos  pontificales blancos  de lino, porque si bien mi persona es indigna, pero la dignidad pontifical que tengo sin merecimiento es digna y exige esto razonablemente” … nos explica en su testamento.


Murió en 1456 a los 72 años de edad, en Villasandino, cuando ya casi llegaba a Burgos de regreso de peregrinación a Santiago de Compostela, Sede en la que había sido Deán con anterioridad.

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