En la Castilla imprecisa del s. XI el joven de buena familia del que trata
este relato, hacía carrera en la corte de Sancho II.
Sancho II de Castilla. Crónica de los Reyes de Castilla BNE
Este curso no podía ser
más que militar o militar, ya que el monarca estaba permanentemente en armas en
varios frentes a la vez, situación incómoda donde las haya, sobre todo en
tiempos en que las cuestiones territoriales y sucesorias se resolvían casi
exclusivamente a mandobles de espadón. Esta circunstancia dejaba claro que
únicamente teniendo éxito en la gestión bélica podía uno, por muy buenas
referencias familiares que tuviera, prosperar en la escala social.
El muchacho, llamado Rodrigo Díaz, ha pasado a la historia como burgalés sin serlo realmente, ya que lo único que se atisba por las evidencias es que había nacido en un lugar cercano a la actual capital, llamado Vivar. Esto, con todo, no tiene relevancia para lo que sigue.
Por su filiación, como descendiente, por línea materna, de antigua familia de
aristócratas asturianos y leoneses, así como por su buen porte y apunte de
maneras, había sido admitido como hombre de confianza del propio rey Sancho, probablemente en el cargo denominado “armiger
regis” (El que lleva las armas al rey)
Imagen de armiger regis en miniatura del Libro de Los Testamentos 1118.
Ya de entrada, se veía envuelto en la cuestión, no por tradicional,
aparentemente injusta, de que su jefe, el rey Sancho, a pesar ser el mayor de sus hermanos varones, había sido postergado por su padre, el rey Fernando I de Castilla y León, en el
reparto de la herencia de sus reinos, al dejar el principal de estos, el de
León, al segundo de los hijos, Alfonso. Y no es que el reino de Castilla no
tuviera su interés, pero en aquel tiempo no dejaba de ser un territorio de
fronteras móviles por varios horizontes, y por ello supuestamente de menor calidad
que el de León, que era el histórico, sólido y auténtico, de toda la vida.
Fuera Sancho de buen conformar o no, le pareció que lo suyo, en aquel momento era reclamar
inmediatamente lo que el testamento, a su juicio, no había dejado en
condiciones, entre otras cosas porque, probablemente, de no proceder así,
cualquiera de sus hermanos, o varios en común,
hubieran terminado por arrebatarle su propia parte, el reino de Castilla,
con una excusa u otra.
Todas estas consideraciones se exponen aquí a modo de explicación, que no justificación, de la actitud vindicativa y guerrera de Sancho II. De suponer es que a nuestro Rodrigo no le debían quitar demasiado el sueño.
Todas estas consideraciones se exponen aquí a modo de explicación, que no justificación, de la actitud vindicativa y guerrera de Sancho II. De suponer es que a nuestro Rodrigo no le debían quitar demasiado el sueño.
Por lo tanto, tras varias disputas previas entre los hermanos, Sancho y
Alfonso acabaron enfrentándose por el reino de León en dos batallas concretas
en las que el primero, con la colaboración clave de Rodrigo Díaz, salió
vencedor con la consecuencia de poder ceñirse la corona de ambos reinos,
desterrando a su hermano Alfonso al entonces reino musulmán de Toledo.
Las batallas citadas fueron la de Llantada en 1068, en Llantadilla y Golpejera, en 1072, junto a Carrión de los Condes, ambos lugares de la actual provincia de Palencia.
A pesar de este resultado, Sancho continuaba teniendo la oposición de su hermana Urraca y un buen grupo de nobles que plantaban fuerte resistencia en la ciudad de Zamora, plaza de señorío de aquella, por lo que, para asegurar debidamente la cosa, tenía que ganar esta urbe , sometiéndola por lo tanto a cerco en el mes de octubre de 1072.
Por entonces ya Rodrigo Díaz
había accedido, con tan solo veinticinco años de edad, al puesto de Alférez Mayor
(Jefe supremo del ejército).
El día 7 de octubre del asedio, los
zapadores del ejército sitiador dispuestos en primera línea frente a la
muralla, vieron que desde la ciudad venía un, al parecer caballero, leonés o zamorano,
que, al identificarse, dijo llamarse Bellido Dolfos.
Se presentaba visiblemente
desarmado y aparentando desertar.
Hecho cautivo, solicitó entrevistarse
directamente con el mismo monarca para darle una valiosa información. Dada su
presunta condición de hombre de armas de empaque nobiliario y que el asunto iba
de desvelar un punto vulnerable de la muralla de la plaza por donde los
sitiadores podrían acceder sin dificultad, Sancho accedió a recibirle. Una vez
ante el rey y su estado mayor, pidió ir con el propio señor, juntos sin más
escolta para no llamar la atención, para mostrárselo, al punto exacto al que se
refería.
Sancho, a pesar de las cautelas
que le advirtió su Alférez Mayor, quien recelaba algo, aceptó acudir para
averiguar el lugar, siendo acompañado únicamente por Dolfos quien, en garantía,
cabalgaría desarmado.
Puestos en marcha ambos con el
fin planteado, un buen grupo de los caballeros castellanos, entre los que se
encontraba Rodrigo, les siguieron de lejos.
En el camino, atravesando un
lugar donde existían unas ruinas, al parecer inoportunamente, estas cosas son
así, le sobrevino al monarca la necesidad urgente de evacuar el vientre.
Para aliviar este contratiempo,
se retiraba con rapidez tras los restos de un muro de piedra, abandonando su
montura y armas a merced de Bellido. Este vio clara la ocasión que se le
presentaba. Entonces, con gran frialdad, tomando la lanza dorada de Sancho,
salió tras él y, lanzándosela por la espalda a muy corta distancia, le atravesó
el centro del torso. Sancho quedó muerto en el acto.
Ejecutada con total eficacia la
felonía, Bellido Dolfos, espoleando su caballo regresó al interior de la ciudad
a toda prisa por el portillo de la muralla que, lejos de servir como punto
clave para el éxito del asedio, tuvo fatídicamente la finalidad contraria,
pasando desde entonces a ser conocido como Portillo
de la Traición.
Rodrigo Diaz y otros caballeros
persiguieron al asesino dando grandes voces sin conseguir alcanzarle. Es de
suponer su indignación y rabia. No es de recibo que alguien se aproveche de una
situación de indefensión como aquella para perpetrar tan fea jugada. No hay razón de estado que justifique algo tan
impresentable y menos en aquella época de honor y caballeros, legitimaciones
para la guerra aparte.
A pesar de cuanto nos duela a los
paisanos, la chocante forma de abandonar el poder por quien en el mundo consta
ser el primero de los reyes de una entidad tan universal como Castilla, es muy
posible que las crónicas de este imperio, en el que no conseguiría ponerse el
sol, y que es más que todos sus monarcas juntos, quieran recordar cuanto riesgo
y castigo puede conllevar saltarse por la fuerza la legalidad vigente.
Sumidos en gran consternación,
los fieles del monarca, trasladaron los restos de Sancho a la sepultura
dispuesta en su testamento en la Colegiata de San salvador de Oña.
Sepulcro de Sancho II de Castilla. Monasterio de San Salvador de Oña
Muerto Sancho, su hermano Alfonso regresó del exilio y
fue proclamado Rey Castilla y León . Antes de su proclamación y como condición
para admitirle como tal y someterse a su mandato, Rodrigo Diaz le hizo jurar
inocencia en la muerte de su hermano, ante el cerrojo de la Iglesia de Santa
Gadea de Burgos. Esta costumbre de obligar a jurar a los monarcas es muy de
Burgos de siempre. Hechos bien documentados de las crónicas posteriores de
varios príncipes en los siglos, lo declaran con certeza para la posteridad y signo distintivo de esta recia ciudad.
La carrera de Rodrigo, debido a
estas circunstancias, se vio parcialmente truncada, no siendo objeto de este relato su
recuerdo, si bien a pesar de ello discurrió por rumbos que han quedado
registrados como testimonio de su figura de hombre de temple extraordinario de los
propios de Castilla, “que hace a sus
hombres y los gasta”, en expresión de otro castellano un par de centurias
más tarde.