El Leon de Arlanza

El Leon de Arlanza
El Leon de Arlanza

jueves, 21 de enero de 2016

Dias Luminosos de la Historia de Castilla (II)

Las Leyes de Burgos de 1512

Juana Garcés, madre gestante de catorce semanas, se despertó en medio de su enésima pesadilla, envuelta en un sudor frío. Vivía en un pueblito castellano de noches destempladas. Corría el año 1170. (*) En el ensueño veía claramente como salía de su vientre un perro blanco y negro llevando en la boca una antorcha encendida. Por lo demás se encontraba bien, todo lo incómoda que puede encontrarse una embarazada veterana de otros partos previos, pero bien.

Félix, su marido, habiendo escuchado varias veces antes el relato de Juana sobre la misma imagen extraña, angustiosa y recurrente, que no se había producido en el caso de sus otros dos hijos, para proporcionarle alguna tranquilidad le propone ir a consultar sobre la visión, al día siguiente, al Venerable Abad del cercano Monasterio de San Esteban de Silos, distante cuatro leguas hacia la sierra de la Demanda. El cenobio tiene fama de ayudar a quienes se acercan con fe a pedir amparo al espíritu de su refundador, el venerado Abad Domingo, fallecido cien años atrás.


Santo Domingo de Silos. Claustro.

Una vez allí, sugieren a Juana, o lo percibe ella misma en intuición explicativa, que el perro de su sueño simboliza que el hijo que espera está predestinado a llevar la luz de la fe del Señor por todo el orbe. Será como el perro fiel de Dios que llevará su Palabra iluminadora a las gentes que la desconocen o conociéndola, la ignoran.
Félix de Guzmán y Juana de Aza, que así era conocida también la madre, a partir de entonces deciden que el nombre de su hijo será Domingo, en memoria del Santo del Monasterio de Silos y en advocación del cumplimiento del significado del sueño.
El niño nacerá felizmente el mismo año en el lugar de la casa y hacienda de sus padres, Caleruega, junto al rio Gromejón, siendo educado más tarde en Gumiel de Izan, río abajo, por su tío, el arcipreste Gonzalo de Aza.

Gumiel de Izán. Casa de Santo Domingo de Guzmán.

Domingo de Guzmán Garcés, a partir de aquí, no hizo sino cumplir la ensoñación de su madre, consolidando su misión en la constitución, en 1216, de una organización religiosa, la Orden de Predicadores, que hoy,  setecientos veinte años después, que ya es decir, continúa realizando la misma misión de canes del Señor iluminando al mundo.



Iglesia de Santa Catalina de Siena .New York. Vidriera.


Y fue uno de estos canes, Antonio Montesinos, quien en 1511, enfebrecido de indignación y echándole valor, denunció los tremendos hechos que desencadenaron la elaboración del hito universal denominado Leyes de Burgos de 1512, institución iluminadora de su época y avance formidable de la condición humana.

En 1492, el colectivo humano que constituía el pueblo denominado Castilla, en su conjunto, estaba a punto de sacar la cabeza de esa bruma de los tiempos conocida como edad media. La Iglesia, los clérigos, pobres hombres que también cargaban con su propia miseria, constituían la única fuente de enseñanza de cuanto se sabía para llevar una vida terrena digna de tal nombre y asegurarse la salvación en la posible posterior y eterna.

Fuera de la fe, únicamente las armas y los gremios, comerciantes incluidos, podían proporcionar algún refugio a las aspiraciones de superación de las gentes.

El Papa de Roma, guía de la Cristiandad, como fenómeno religioso más evolucionado y fiable, legitimaba la autoridad temporal de los monarcas y las decisiones ante las nuevas cuestiones. En las fronteras de la Cristiandad únicamente la tierra ignota y, esperando su oportunidad, el Islam.

En estas, un navegante profesional, Colón, consigue convencer a la Reina de Castilla, Isabel que le autorice y financie un arriesgado intento de encontrar una nueva ruta marítima que aportaría ingentes beneficios económicos y logísticos al Reino y a la Cristiandad toda.

Suponía, ni más ni menos, que el acceso rápido, alternativo e inedito, a las especias orientales, a las sedas y los lujos, de forma tal que abarataría extraordinariamente su coste y, de paso, posibilitaría rodear militarmente al Turco por retaguardia, con su consiguiente control permanente. Ahí era nada.
…..

 (*) Juana Garcés había nacido hacia la mitad del S.XII. Hija de Don García Garcés Rico-Home, Alférez Mayor de Castilla, Mayordomo Mayor, Ayo y Protector, Tutor y Cuidador  de Alfonso IX de Castilla, y de Doña Sanchez Perez. Falleció en Pañafiel y se encuentra enterrada en el Convento de Dominicas de Caleruega. Declarada Beata en 1821 por el Papa Leon XII. 

lunes, 11 de enero de 2016

Dias oscuros de la Historia de Castilla (I)

En la Castilla imprecisa del s. XI el joven de buena familia del que trata este relato, hacía carrera en la corte de Sancho II.
Sancho II de Castilla. Crónica de los Reyes de Castilla BNE

Este curso no podía ser más que militar o militar, ya que el monarca estaba permanentemente en armas en varios frentes a la vez, situación incómoda donde las haya, sobre todo en tiempos en que las cuestiones territoriales y sucesorias se resolvían casi exclusivamente a mandobles de espadón. Esta circunstancia dejaba claro que únicamente teniendo éxito en la gestión bélica podía uno, por muy buenas referencias familiares que tuviera, prosperar en la escala social.

El muchacho, llamado Rodrigo Díaz, ha pasado a la historia como burgalés sin serlo realmente, ya que lo único que se atisba por las evidencias es que había nacido en un lugar cercano a la actual capital, llamado Vivar. Esto, con todo, no tiene relevancia para lo que sigue.

Por su filiación, como descendiente, por línea materna, de antigua familia de aristócratas asturianos y leoneses, así como por su buen porte y apunte de maneras, había sido admitido como hombre de confianza del propio rey Sancho, probablemente en el cargo denominado “armiger regis” (El que lleva las armas al rey)

Imagen de armiger regis en miniatura del Libro de Los Testamentos 1118.

Ya de entrada, se veía envuelto en la cuestión, no por tradicional, aparentemente injusta, de que su jefe, el rey Sancho, a pesar ser el mayor de sus hermanos varones, había sido postergado por su padre, el rey Fernando I de Castilla y León, en el reparto de la herencia de sus reinos, al dejar el principal de estos, el de León, al segundo de los hijos, Alfonso. Y no es que el reino de Castilla no tuviera su interés, pero en aquel tiempo no dejaba de ser un territorio de fronteras móviles por varios horizontes, y por ello supuestamente de menor calidad que el de León, que era el histórico, sólido y auténtico, de toda la vida.

Fuera Sancho de buen conformar o no, le pareció que lo suyo, en aquel momento era reclamar inmediatamente lo que el testamento, a su juicio, no había dejado en condiciones, entre otras cosas porque, probablemente, de no proceder así, cualquiera de sus hermanos, o varios en común,  hubieran terminado por arrebatarle su propia parte, el reino de Castilla, con una excusa u otra.

Todas estas consideraciones se exponen aquí a modo de explicación, que no justificación, de la actitud vindicativa y guerrera de Sancho II. De suponer es que a nuestro Rodrigo no le debían quitar demasiado el sueño.

Por lo tanto, tras varias disputas previas entre los hermanos, Sancho y Alfonso acabaron enfrentándose por el reino de León en dos batallas concretas en las que el primero, con la colaboración clave de Rodrigo Díaz, salió vencedor con la consecuencia de poder ceñirse la corona de ambos reinos, desterrando a su hermano Alfonso al entonces reino musulmán de Toledo.

Las batallas citadas fueron la de Llantada en 1068, en Llantadilla y Golpejera, en 1072, junto a Carrión de los Condes, ambos lugares de la actual provincia de Palencia.

A pesar de este resultado, Sancho continuaba teniendo la oposición de su hermana Urraca y un buen grupo de nobles que plantaban fuerte resistencia en la ciudad de Zamora, plaza de señorío de aquella, por lo que, para asegurar debidamente la cosa, tenía que ganar esta urbe , sometiéndola por lo tanto a cerco en el mes de octubre de 1072.

Por entonces ya Rodrigo Díaz había accedido, con tan solo veinticinco años de edad, al puesto de Alférez Mayor (Jefe supremo del ejército).

El día 7 de octubre del asedio, los zapadores del ejército sitiador dispuestos en primera línea frente a la muralla, vieron que desde la ciudad venía un, al parecer caballero, leonés o zamorano, que, al identificarse, dijo llamarse Bellido Dolfos.

Se presentaba visiblemente desarmado y aparentando desertar.

Hecho cautivo, solicitó entrevistarse directamente con el mismo monarca para darle una valiosa información. Dada su presunta condición de hombre de armas de empaque nobiliario y que el asunto iba de desvelar un punto vulnerable de la muralla de la plaza por donde los sitiadores podrían acceder sin dificultad, Sancho accedió a recibirle. Una vez ante el rey y su estado mayor, pidió ir con el propio señor, juntos sin más escolta para no llamar la atención, para mostrárselo, al punto exacto al que se refería.

Sancho, a pesar de las cautelas que le advirtió su Alférez Mayor, quien recelaba algo, aceptó acudir para averiguar el lugar, siendo acompañado únicamente por Dolfos quien, en garantía, cabalgaría desarmado.

Puestos en marcha ambos con el fin planteado, un buen grupo de los caballeros castellanos, entre los que se encontraba Rodrigo, les siguieron de lejos.

En el camino, atravesando un lugar donde existían unas ruinas, al parecer inoportunamente, estas cosas son así, le sobrevino al monarca la necesidad urgente de evacuar el vientre.

Para aliviar este contratiempo, se retiraba con rapidez tras los restos de un muro de piedra, abandonando su montura y armas a merced de Bellido. Este vio clara la ocasión que se le presentaba. Entonces, con gran frialdad, tomando la lanza dorada de Sancho, salió tras él y, lanzándosela por la espalda a muy corta distancia, le atravesó el centro del torso. Sancho quedó muerto en el acto.

Ejecutada con total eficacia la felonía, Bellido Dolfos, espoleando su caballo regresó al interior de la ciudad a toda prisa por el portillo de la muralla que, lejos de servir como punto clave para el éxito del asedio, tuvo fatídicamente la finalidad contraria, pasando desde entonces a ser conocido como Portillo de la Traición.

Rodrigo Diaz y otros caballeros persiguieron al asesino dando grandes voces sin conseguir alcanzarle. Es de suponer su indignación y rabia. No es de recibo que alguien se aproveche de una situación de indefensión como aquella para perpetrar tan fea jugada. No hay razón de estado que justifique algo tan impresentable y menos en aquella época de honor y caballeros, legitimaciones para la guerra aparte.

A pesar de cuanto nos duela a los paisanos, la chocante forma de abandonar el poder por quien en el mundo consta ser el primero de los reyes de una entidad tan universal como Castilla, es muy posible que las crónicas de este imperio, en el que no conseguiría ponerse el sol, y que es más que todos sus monarcas juntos, quieran recordar cuanto riesgo y castigo puede conllevar saltarse por la fuerza la legalidad vigente.

Sumidos en gran consternación, los fieles del monarca, trasladaron los restos de Sancho a la sepultura dispuesta en su testamento en la Colegiata de San salvador de Oña.

Sepulcro de Sancho II de Castilla. Monasterio de San Salvador de Oña

Muerto Sancho, su hermano Alfonso regresó del exilio y fue proclamado Rey Castilla y León .  Antes de su proclamación y como condición para admitirle como tal y someterse a su mandato, Rodrigo Diaz le hizo jurar inocencia en la muerte de su hermano, ante el cerrojo de la Iglesia de Santa Gadea de Burgos. Esta costumbre de obligar a jurar a los monarcas es muy de Burgos de siempre. Hechos bien documentados de las crónicas posteriores de varios príncipes en los siglos, lo declaran con certeza para la posteridad y signo distintivo de esta recia ciudad.

La carrera de Rodrigo, debido a estas circunstancias, se vio parcialmente truncada, no siendo objeto de este relato su recuerdo, si bien a pesar de ello discurrió por rumbos que han quedado registrados como testimonio de su figura de hombre de temple extraordinario de los propios de Castilla, “que hace a sus hombres y los gasta”, en expresión de otro castellano un par de centurias más tarde.

sábado, 9 de enero de 2016

Dias luminosos de la Historia de Castilla (I)




Enrique III de Castilla, el primer Príncipe de Asturias en la historia de España, era de Burgos.
Enrique III de Castilla y León. Vidriera del S. XV

Su padre, Juan I  Trastámara, se rompió la crisma al caerse de mala manera de un caballo andaluz que le acababan de regalar. Este accidente mortal ocurrió el 9 de octubre de 1390 en Alcalá de Henares, extramuros de la fortaleza-palacio arzobispal, junto a la Puerta de Burgos del mismo. Tenía treinta y dos años.
Torreón de Tenorio. Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares.


El señor de esta fortaleza era en ese momento el viejo y prudentísimo arzobispo gallego Pedro Tenorio, amigo de los Trastámara de toda la vida.
Don Pedro Tenorio, Arzobispo de Toledo.
                                              Retrato en la Sala Capitular de la Catedral de Toledo


Tenorio, ante esta desagradable contrariedad de su huésped, cayendo en la cuenta de que su heredero, el niño Enrique, contaba solamente once años de edad, no tuvo mejor ocurrencia que simular que no había muerto, ordenando llevar el cadáver en secreto a sus habitaciones del Palacio de Alcalá, como si únicamente estuviera malherido e inconsciente. Intentaba con ello ganar el tiempo necesario para arreglar convenientemente la regencia hasta la mayoría de edad del sucesor.


                                       Juan I de Castilla. Estatua sepulcral en la Catedral de Toledo.

Y la cosa no era para menos porque gracias a este niño burgalés iba a solucionarse uno de los conflictos civiles más sangrientos y desgarradores de la época: la contienda abierta entre Borgoñas y Trastámaras por la corona de Castilla, cuestión cerrada en falso con el asesinato de Pedro I por su hermanastro Enrique II, en Montiel. Permanecía latente desde entonces, encarnada en Constanza, hija de Pedro I, casada con Juan de Gante, Duque de Lancaster, hijo de Eduardo III de Inglaterra, la lucha por el trono de ambas familias,  haciendo a aquellos consecuentemente, aspirantes activos.
Constanza de Castilla, Duquesa de Lancaster.
Libro Genealogía Reyes de Portugal, S.XVI


El planteamiento para avenir pacíficamente esta aspiración no debiera malograrse. Había sido acordado en Bayona poco más de un año antes del accidente del caballo, entre ambos Juanes, de Castilla y Gante respectivamente.

El pacto, que garantizaba en firme la boda del niño Enrique y la hija de Constanza y Juan de Gante, Catalina, resolvía la cuestión, con el entronque de las dos casas dinásticas en liza, siempre y cuando  tuviesen descendencia.
Juan de Gante, Duque de Lancaster.
Retrato del s. XVI


En el mismo pacto, Juan de Gante  propuso, y se le aceptó, que desde entonces al heredero de la Corona de Castilla se le adjudicara el título de Príncipe de Asturias, al modo que en su país se hacía con el título de Príncipe de Gales para ungir al heredero de la Corona de aquel reino.

El mismo año  de 1389, celebrándose cortes en Briviesca, aprobaron la concesión de dicho título a Enrique III (Llamado después el Doliente), que desde entonces han venido detentando los herederos sucesivos de la Corona de España.

De esta forma la Corona de Castilla que había perdido un monarca de Burgos, Pedro I, fue recuperada por otro burgalés, Enrique III. (*)



(*) Hijo de Enrique III y Catalina de Gante fue Juan II de Castilla, padre de Isabel la Católica, cuya espléndida sepultura se encuentra en la Cartuja de Miraflores de Burgos.


miércoles, 6 de enero de 2016

Días oscuros de la Historia de Castilla. (II)



El Rey Pedro I de Castilla era de #Burgos.

Había nacido el 30 de agosto de 1334 en la torre del Monasterio de las Huelgas. Su madre fue la reina consorte de Castilla la fermossisima Maria de Portugal, prima y esposa de Alfonso XI de #Castilla, de la Casa de Borgoña, que había sido coronado en el mismo Monasterio nueve años antes cuando contaba solamente quince de edad.
                                         Las Huelgas Patio de San Fernando, 1872

Crónicas, tal vez malintencionadas, dirán que quien nació en tal fecha no fue un varón sino una niña a la que intercambiaron por un niño judío nacido en las mismas fechas en el seno de una rica familia de tal condición, de la judería de Burgos, descendiente por linaje de la misma familia de la Virgen María. (*) Tal resultaba la necesidad de aportar heredero a la Corona tras un frustrado primer alumbramiento de la reina, para contener el desaforado ímpetu procreador del rey con su amante Leonor de Guzmán.

La familia judía de Burgos en cuestión y la niña real supuestamente intercambiada resultará más tarde quizá familia del rabino converso, iniciador de la casa de Cartagena, Pablo de Santamaría… aunque esta es otra historia.
                                          María de Portugal   Miniatura S.XVI


Pedro fue bautizado en la Catedral de Santa María el 20 de octubre de 1334 por el Obispo Garcia Torres de Sotoscueva siéndole nombrado Ayo al noble portugués Don Juan Alfonso de Alburquerque, nacido en 1304, que era ya mayordomo de la reina y descendiente por línea ilegítima del rey Don Dionís de Portugal.
                                                                 

                                                 Juan Alfonso de Alburquerque. Retrato S.XVI.
Llegado este punto debe aclararse que este relato no tiene por objeto la biografía del  monarca burgalés sino únicamente recordar y apuntar en segundo plano la posible explicación de los hechos que protagonizó nuestro paisano Don Pedro en la plaza del Sarmental de Burgos, hoy llamada de San Fernando, en un domingo de mayo de 1351.

La Plaza del Rey San Fernando, hasta que se derribó en el año 1914 el antiguo Palacio arzobispal, era bastante estrecha por llegar este edificio hasta el medio de la actual calzada. Primitivamente se la conocía por Plaza del Sarmental, luego por la del Arzobispo, más tarde por la del Duque de la Victoria y finalmente en la actualidad por la del Rey San Fernando.
                                            Derribo del Palacio Arzobispal. Plaza de  San Fernando

El Palacio Arzobispal se había levantado en el mismo lugar en el que tuvieron el suyo los reyes de Castilla. El rey Alfonso VI al erigir la primitiva catedral cedió para ello en todo o en parte el palacio heredado de sus antecesores. Lo que quedó del edificio, y seguramente el nuevo que se construyera, vino a ser luego morada de los reyes y, cuando el Rey San Fernando levantó el actual Templo Catedralicio, palacio cedido a los prelados para que les sirviera de vivienda. Cuando los monarcas venían a Burgos se hospedaban a veces en el Castillo pero generalmente lo hacían en el Palacio del Sarmental, trasladándose los Obispos en tales casos al palacio que poseían junto a la Iglesia de San Llorente, en la actual calle de Laín Calvo.

Desde esta plaza del Sarmental  se sube hasta la espléndida puerta del mismo nombre de la Catedral por una escalinata de 28 escalones. Se construyó de nuevo en 1862 dándole gran ensanche al ser derruido parte del palacio arzobispal que se extendía por este lado y cubría casi la mitad de la portada de la Iglesia. Cedió canónicamente el terreno, en obsequio del templo, el cardenal-arzobispo De la Puente.

El mismo prelado costeó la grandiosa reja de hierro, diseñada también por él mismo, que estaba al pie de la escalera, adosada al palacio y que desapareció cuando se derribó este.
                                                 Reja, escalinata y Puerta del Sarmental. 1905

Volviendo al relato, que describe con detalle en sus “Crónicas de los Reyes de #Castilla” el camarero mayor de Don Pedro y cronista de su tiempo, Pedro López de Ayala, en los primeros días de mayo de 1351, el rey venía desde Valladolid a Burgos, con un numeroso contingente de hombres de armas y acompañado de Juan Alfonso de Alburquerque. Contaba solamente diecisiete años de edad pero ya había tenido que ceñir la corona de Castilla un año antes al haber fallecido su padre, Alfonso XI, el 26 de marzo de 1350, en el cerco de Gibraltar, de peste bubónica, también llamada peste negra.

Pedro, a pesar de su origen burgalés, había vivido la mayor parte de sus primeros dieciséis años en Sevilla, al cuidado de una madre amargada y reconcomida por la infidelidad contumaz de su esposo, el rey, con su concubina habitual, la viuda hidalga Leonor de Guzmán con quien este había tenido ya, en la fecha de nacimiento de Pedro, tres hijos de los diez que en total tuvo con la misma amante.

Alfonso XI, siguiendo la tradición inveterada de sus predecesores, se dio intensamente al concubinato explícito prácticamente desde el mismo año de contraer matrimonio con su prima María,  prendado de los encantos de Leonor, viuda reciente y un año mayor que él, de la cual, las crónicas dijeron “ser dueña muy rica y muy fija dalgo y era en fermosura la mas apuesta mujer que avía en el Reyno”.

Tenían el padre de Pedro y Leonor, cuando esto pasaba, en 1328, dieciséis y diecisiete años respectivamente y tal práctica se miraba por la corte con naturalidad y justificación, sobre todo ante la incertidumbre de descendencia en el tiempo previo al nacimiento de Pedro, que tardó en llegar seis largos años desde las nupcias reales.

María de Portugal, de ascendencia real, soportaba muy mal la situación y vivía con su hijo recluida en el convento de San Benito de Sevilla por no enterarse con más proximidad de todo lo que en la Corte, en los Reales Alcázares, resultaba relativo a su rival, quien actuaba en la práctica como una reina copartícipe y cuyos hijos eran beneficiados con dignidades de príncipe, siendo bastardos.

La Reina no había podido recuperar conyugalmente el afecto de su esposo ni aun mediando ante su padre Alfonso V de Portugal a fin de que este ayudara a su yerno estratégicamente con un buen cuerpo de ejército, en la decisiva batalla del Salado en octubre de 1340 cuyo triunfo tanta gloria daría a su reinado.

En estas circunstancias, al acceder su hijo Pedro al trono, no tardó en ajusticiar a Leonor en Talavera donde María era propietaria del Castillo en el que previamente había ordenado encerrarla por motivos que no son del caso.

En el año que había mediado desde la muerte de Alfonso, Pedro había ejercido su reinado convocando Cortes en Valladolid y gestionando todo lo que se le aconsejaba como conveniente para afianzar su corona frente a los nobles y sobre todo frente a sus hermanos de padre.

Ya es sabido cómo se tramitaban estos asuntos en la época y hemos dejado a Pedro aproximándose a Burgos su ciudad natal, acompañado por un numeroso contingente de hombres da armas, para celebrar Cortes y sosegar turbulencias del reino, casi siempre por causa de los impuestos.

En su viaje le habían precedido Don Juan Nuñez de Lara, señor de Vizcaya, descendiente de la familia de los Cerdas que había aspirado al trono durante unos meses previos en que Pedro había estado gravemente enfermo, y Garcilaso de la Vega, noble partidario de Núñez de Lara quien,  despechado por ver que el rey confiaba los negocios del país en manos de Juan Alfonso de Alburquerque, un portugués al fin y al cabo, pretendía promover en Burgos una rebelión contra el privado.

Juan Nuñez de Lara sin embargo muere en Burgos inesperadamente, hay quien afirma que envenenado, y es enterrado en el hoy desaparecido convento de San Pablo.

Garcilaso II de la Vega, “El joven” , gran magnate que reunía los cargos de Señor de Casa de la Vega (Hoy Torrelavega), Adelantado Mayor de Castilla, Justicia y Merino Mayor de la Casa del Rey y Oficial de escudilla de Alfonso XI, recién heroico veterano de la Batalla del Salado, continua fomentando revueltas y movimientos en la ciudad que culminan con el asesinato de un oficial del rey encargado de recaudar alcábalas, crimen que queda impune pero que exacerba la venida del monarca a la Cabeza de #Castilla, cuna de su nacimiento.

A la llegada de Pedro a Celada, un jueves de mayo, salen a recibirle desde Burgos grupos de caballeros y hombres armados de la Ciudad, representantes de los bandos en que se hallaba dividida, encabezados por Garcilaso, con el ruego de que no entre en la Ciudad con tanto ejército, produciéndose en el encuentro un notorio enfrentamiento entre los que acompañan al rey y quienes vienen de #Burgos, gresca que es sofocada por el propio monarca poniendo paz entre los contendientes.

Otro tanto ocurre a su llegada a Tardajos, llegando hasta la comitiva Juan Estébanez de Burgos que había sido valido de Alfonso XI pidiendo a Pedro que no entrara con tantas tropas en la Ciudad y que en todo caso no entrase acompañado de Alburquerque, para evitar males mayores.

Ante estas pretensiones el propio Alburquerque, que a la sazón resultaba ser el auténtico gobernante del reino, expresó con rotundidad que la ciudad no era quien para decir al monarca con cuánta gente debiera entrar.  Pedro, en este punto, en su determinación, desde esta localidad envíó a Burgos un numeroso destacamento con la orden expresa de apoderarse del barrio de la judería, de indiscutida propiedad regia y aparentemente rebelada instigada por los partidarios de Garcilaso, ordenando ponerse en marcha el día siguiente para acceder a la ciudad. Juan Estébanez huirá de Burgos y será hecho preso más tarde en Aragón.

Finalmente el sábado siguiente por la tarde llega toda la comitiva a la ciudad entrando por la puerta de San Martín, hospedándose el rey y su madre, doña María, en el Palacio del Sarmental.
                                          Puerta de San Martín de Burgos. Fotografia de 1907


Don Juan Alfonso de Alburquerque  se alojó en las casas de Fernán García de Areilza sitas en el aristocrático barrio de San Esteban.

Aquella misma noche celebró consejo con sus íntimos quienes le dieron cuenta de cómo durante el tiempo en que había estado enfermo en Sevilla, Juan Núñez de Lara había conspirado para acceder al trono y como Garcilaso estaba maniobrando contra Alburquerque. Enterado minuciosamente de todo lo sucedido, trazó el plan que desde Celada venía madurando.

La misma noche, la reina Maria, gravemente preocupada por la situación y los planes de su hijo, secretamente envió un escudero a Garcilaso “Que le dixese que ella le enviava decir que por ninguna manera del mundo otra mañana domingo non viniese a palacio” . Al parecer Garcilaso, no lo quiso creer.

A la mañana siguiente, domingo, la plebe, regocijada con la presencia de monarca, se juntaba en la plaza del Sarmental para presenciar alegremente los toros destinados a ser corridos delante del palacio en que moraban el rey y su madre.

El consejo no fue atendido y Garcilaso, despreciando el peligro, se presentó en el palacio, altivo y retador, entre los cortesanos que rodeaban al rey. Le acompañaban algunos de sus parciales, que se mezclaron entre los grupos. La reina María se retiró de los salones.
                                          Antiguo palacio en la Plaza del Sarmental. 1907
Pronto corrió la voz de que los Sayones de Don Pedro habían prendido a tres de los vecinos más significados entre los revoltosos. Estos eran Pedro Fernandez de Medina, el escribano Alonso Fernandez y Alonso García de Camargo, apodado el Izquierdo. La noticia produjo gran sensación entre los amigos de Garcilaso.

Una vez conocido esto, Alburquerque, dijo al alcalde Domingo Juan de Salamanca: “Alcalde ¿Vos sabeis lo que tenedes que facer?  Y este se dirigió al rey y en voz queda le dijo “Señor Vos mandad esto, que yo non lo diría” y entonces el rey dijo en voz muy baja a los hombres de armas que hacían guardia en la estancia: “Ballesteros, prended a Garcilaso”

Nadie osó protestar. Garcilaso comprendió que estaba perdido y suplicó que le trajeran un clérigo que le oyese en confesión encargando al propio tiempo a uno de los presentes que fuese a pedir a su mujer una carta de absolución que tenía del Papa, cosa  a la que le respondió que no la podía hacer.

El primer clérigo que se halló en la plaza fue requerido para cumplir su ministerio y en el mismo portal de palacio se dispuso Garcilaso a morir como buen cristiano mientras a pocos metros iba aumentando el bullicio y gritería de las gentes que llenaban la Plaza del Sarmental donde había comenzado la corrida.

Alburquerque entonces se dirigió al rey para que mandara lo que se debiera hacer y este encomendó a dos caballeros que a su vez dijeran a los ballesteros que tenían preso a Garcilaso que le matasen. Estos, ante la dureza de la orden y la importantísima figura de la víctima, aterrados, no se atrevían. Finalmente, uno de ellos, Juan Ruiz de Oña se acercó directamente al rey diciéndole: “Señor ¿Qué mandades hacer a Garcilaso?” A lo que el rey contestó “Mando vos que le matedes”.

No tardó en cumplirse la sentencia. El ballestero se dirigió al sitio donde se hallaba Garcilaso y con una maza le asestó un fuerte golpe en la cabeza. Inmediatamente un segundo desenvainando una broncha, acuchilló a Garcilaso y seguidamente los demás ballesteros hicieron lo mismo  sin piedad hasta que el ensangrentado cuerpo quedó inmóvil en las losas del pavimento. Momentos después se abrieron las puertas del zaguán y el cuerpo de Garcilaso fue arrojado sobre la arena de la plaza.

La muchedumbre enmudeció aterrada. Se retiraron los lidiadores y se dio por terminada la fiesta, mientras Don Pedro, que se había asomado a uno de los balcones del palacio para presenciar el espectáculo, aparecía con el rostro sereno y con los brazos cruzados sobre el pecho, contemplaba como el toro corneaba y pisoteaba el cadáver que más tarde por orden real fue puesto en un escaño, para más escarnio, durante la noche. El día siguiente, por orden del rey, fue colocado en un ataúd, apoyado en un lienzo de muralla, en la plaza de la Comparada, hoy llamada de la Libertad, donde permaneció  a la vista de las gentes algunos días.
Plaza de la Libertad. 1910

 Poco después el rey y su privado, rodeados de alegres comensales, se entregaron a comer y beber en la casa que servía de posada a Alburquerque, en San Esteban, en medio de carcajadas y canciones a coro. Mientras tanto, los tres amigos de Garcilaso, Medina, el escribano Fernandez y Alonso García pasaban por delante de la casa camino del suplicio.


                                  Estatua sepulcral de Pedro I en el Museo Arqueológico Nacional

(*)En esas fechas existía en Burgos una muy numerosa y próspera judería, de la que actualmente no hay vestigios visibles (sí, posiblemente, los haya ocultos en la ladera del cerro del Castillo). Esta judería fue la segunda más importante de Castilla, después de la de Toledo.

Asentada hacia el siglo XI, aunque podría ser anterior, se ubicaba a los pies del Castillo, en el sector occidental de la ciudad, en la zona que hoy comprende parte del barrio de San Pedro de la Fuente, el Arco de San Martín y Los Cubos, si bien en sus orígenes estaba en la zona más alta, en un sector conocido como ‘Villavieja’, en el entorno de la iglesia de Santa María la Blanca, la expansión de la ciudad iría alejando a la comunidad judía de ese barrio, que se reubicaría un poco más abajo del cerro, en dirección al río.

Según explica la arqueóloga e investigadora de la Universidad de Burgos Ana Isabel Ortega, la presencia judía en Burgos alcanzó su apogeo en el siglo XIII, con una población de entre 540 y 675 habitantes, unas 150 familias, que representarían cerca del 9 por ciento de la población de la urbe castellana. «La aljama debió de poseer varias sinagogas, aunque las fuentes no proporcionen datos al respecto. De 1440 datas las referencias de una en la ‘Villanueva’, cerca de la puerta de San Martín». Para algunos autores, como el gran hebraísta Francisco Cantera Burgos, una de las sinagogas de la ciudad pudo asentarse en la judería alta, en el solar donde más tarde se ubicaría el templo cristiano de la iglesia de la Blanca.

No todos los hebreos afincados en la ciudad gozaban de un alto nivel económico, explica Ortega. Claro que había banqueros o terratenientes (las fuentes documentales del siglo XI muestran a los judíos como propietarios de viñas), pero también artesanos de numerosos oficios. Con todo, fue una población muy activa, con una importante aportación en la vida cultural de la ciudad, sobre todo mientras no hubo segregación.