Pedro fue bautizado en la
Catedral de Santa María el 20 de octubre de 1334 por el Obispo Garcia Torres de Sotoscueva siéndole
nombrado Ayo al noble portugués Don Juan
Alfonso de Alburquerque, nacido en 1304, que era ya mayordomo de la reina y
descendiente por línea ilegítima del rey Don Dionís de Portugal.
Juan Alfonso de Alburquerque. Retrato S.XVI.
Llegado este punto debe aclararse
que este relato no tiene por objeto la biografía del monarca burgalés sino únicamente recordar y
apuntar en segundo plano la posible explicación de los hechos que protagonizó nuestro
paisano Don Pedro en la plaza del Sarmental de Burgos, hoy llamada de San Fernando,
en un domingo de mayo de 1351.
La Plaza del Rey San Fernando,
hasta que se derribó en el año 1914 el antiguo Palacio arzobispal, era bastante
estrecha por llegar este edificio hasta el medio de la actual calzada. Primitivamente
se la conocía por Plaza del Sarmental, luego por la del Arzobispo, más tarde
por la del Duque de la Victoria y finalmente en la actualidad por la del Rey
San Fernando.
Derribo del Palacio Arzobispal. Plaza de San Fernando
El Palacio Arzobispal se había
levantado en el mismo lugar en el que tuvieron el suyo los reyes de Castilla.
El rey Alfonso VI al erigir la
primitiva catedral cedió para ello en todo o en parte el palacio heredado de
sus antecesores. Lo que quedó del edificio, y seguramente el nuevo que se construyera,
vino a ser luego morada de los reyes y, cuando el Rey San Fernando levantó el
actual Templo Catedralicio, palacio cedido a los prelados para que les sirviera
de vivienda. Cuando los monarcas venían a Burgos se hospedaban a veces en el
Castillo pero generalmente lo hacían en el Palacio del Sarmental, trasladándose
los Obispos en tales casos al palacio que poseían junto a la Iglesia de San
Llorente, en la actual calle de Laín Calvo.
Desde esta plaza del Sarmental se sube hasta la espléndida puerta del mismo
nombre de la Catedral por una escalinata de 28 escalones. Se construyó de nuevo
en 1862 dándole gran ensanche al ser derruido parte del palacio arzobispal que
se extendía por este lado y cubría casi la mitad de la portada de la Iglesia.
Cedió canónicamente el terreno, en obsequio del templo, el cardenal-arzobispo De la Puente.
El mismo prelado costeó la
grandiosa reja de hierro, diseñada también por él mismo, que estaba al pie de la
escalera, adosada al palacio y que desapareció cuando se derribó este.
Reja, escalinata y Puerta del Sarmental. 1905
Volviendo al relato, que describe
con detalle en sus “Crónicas de los Reyes de #Castilla” el camarero mayor de
Don Pedro y cronista de su tiempo, Pedro
López de Ayala, en los primeros días de mayo de 1351, el rey venía desde
Valladolid a Burgos, con un numeroso contingente de hombres de armas y
acompañado de Juan Alfonso de Alburquerque.
Contaba solamente diecisiete años de edad pero ya había tenido que ceñir la
corona de Castilla un año antes al haber fallecido su padre, Alfonso XI, el 26 de marzo de 1350, en
el cerco de Gibraltar, de peste bubónica, también llamada peste negra.
Pedro, a pesar de su origen
burgalés, había vivido la mayor parte de sus primeros dieciséis años en Sevilla,
al cuidado de una madre amargada y reconcomida por la infidelidad contumaz de
su esposo, el rey, con su concubina habitual, la viuda hidalga Leonor de Guzmán con quien este había
tenido ya, en la fecha de nacimiento de Pedro, tres hijos de los diez que en
total tuvo con la misma amante.
Alfonso XI, siguiendo la tradición inveterada de sus predecesores,
se dio intensamente al concubinato explícito prácticamente desde el mismo año
de contraer matrimonio con su prima María, prendado de los encantos de Leonor, viuda reciente
y un año mayor que él, de la cual, las crónicas dijeron “ser dueña muy rica y muy fija dalgo y era en fermosura la mas apuesta
mujer que avía en el Reyno”.
Tenían el padre de Pedro y Leonor,
cuando esto pasaba, en 1328, dieciséis y diecisiete años respectivamente y tal
práctica se miraba por la corte con naturalidad y justificación, sobre todo ante
la incertidumbre de descendencia en el tiempo previo al nacimiento de Pedro,
que tardó en llegar seis largos años desde las nupcias reales.
María de Portugal, de ascendencia real, soportaba muy mal la
situación y vivía con su hijo recluida en el convento de San Benito de Sevilla
por no enterarse con más proximidad de todo lo que en la Corte, en los Reales
Alcázares, resultaba relativo a su rival, quien actuaba en la práctica como una
reina copartícipe y cuyos hijos eran beneficiados con dignidades de príncipe,
siendo bastardos.
La Reina no había podido recuperar
conyugalmente el afecto de su esposo ni aun mediando ante su padre Alfonso V de Portugal a fin de que este
ayudara a su yerno estratégicamente con un buen cuerpo de ejército, en la decisiva
batalla del Salado en octubre de 1340 cuyo triunfo tanta gloria daría a su
reinado.
En estas circunstancias, al
acceder su hijo Pedro al trono, no tardó en ajusticiar a Leonor en Talavera
donde María era propietaria del Castillo en el que previamente había ordenado
encerrarla por motivos que no son del caso.
En el año que había mediado desde
la muerte de Alfonso, Pedro había ejercido su reinado convocando Cortes en
Valladolid y gestionando todo lo que se le aconsejaba como conveniente para
afianzar su corona frente a los nobles y sobre todo frente a sus hermanos de
padre.
Ya es sabido cómo se tramitaban
estos asuntos en la época y hemos dejado a Pedro aproximándose a Burgos su
ciudad natal, acompañado por un numeroso contingente de hombres da armas, para
celebrar Cortes y sosegar turbulencias del reino, casi siempre por causa de los
impuestos.
En su viaje le habían precedido
Don Juan Nuñez de Lara, señor de
Vizcaya, descendiente de la familia de los Cerdas que había aspirado al trono
durante unos meses previos en que Pedro había estado gravemente enfermo, y Garcilaso de la Vega, noble partidario
de Núñez de Lara quien, despechado por
ver que el rey confiaba los negocios del país en manos de Juan Alfonso de
Alburquerque, un portugués al fin y al cabo, pretendía promover en Burgos una
rebelión contra el privado.
Juan Nuñez de Lara sin embargo muere en Burgos inesperadamente, hay
quien afirma que envenenado, y es enterrado en el hoy desaparecido convento de
San Pablo.
Garcilaso II de la Vega, “El joven” , gran magnate que reunía los
cargos de Señor de Casa de la Vega (Hoy Torrelavega), Adelantado Mayor de
Castilla, Justicia y Merino Mayor de la Casa del Rey y Oficial de escudilla de
Alfonso XI, recién heroico veterano de la Batalla del Salado, continua
fomentando revueltas y movimientos en la ciudad que culminan con el asesinato
de un oficial del rey encargado de recaudar alcábalas, crimen que queda impune
pero que exacerba la venida del monarca a la Cabeza de #Castilla, cuna de su
nacimiento.
A la llegada de Pedro a Celada,
un jueves de mayo, salen a recibirle desde Burgos grupos de caballeros y
hombres armados de la Ciudad, representantes de los bandos en que se hallaba dividida,
encabezados por Garcilaso, con el ruego de que no entre en la Ciudad con tanto
ejército, produciéndose en el encuentro un notorio enfrentamiento entre los que
acompañan al rey y quienes vienen de #Burgos, gresca que es sofocada por el
propio monarca poniendo paz entre los contendientes.
Otro tanto ocurre a su llegada a Tardajos,
llegando hasta la comitiva Juan
Estébanez de Burgos que había sido valido de Alfonso XI pidiendo a Pedro
que no entrara con tantas tropas en la Ciudad y que en todo caso no entrase
acompañado de Alburquerque, para evitar males mayores.
Ante estas pretensiones el propio
Alburquerque, que a la sazón resultaba ser el auténtico gobernante del reino,
expresó con rotundidad que la ciudad no era quien para decir al monarca con
cuánta gente debiera entrar. Pedro, en este
punto, en su determinación, desde esta localidad envíó a Burgos un numeroso
destacamento con la orden expresa de apoderarse del barrio de la judería, de
indiscutida propiedad regia y aparentemente rebelada instigada por los
partidarios de Garcilaso, ordenando ponerse en marcha el día siguiente para
acceder a la ciudad. Juan Estébanez huirá de Burgos y será hecho preso más
tarde en Aragón.
Finalmente el sábado siguiente
por la tarde llega toda la comitiva a la ciudad entrando por la puerta de San
Martín, hospedándose el rey y su madre, doña María, en el Palacio del
Sarmental.
Puerta de San Martín de Burgos. Fotografia de 1907
Don Juan Alfonso de Alburquerque se alojó en las casas de Fernán García de Areilza sitas en el aristocrático barrio de San
Esteban.
Aquella misma noche celebró
consejo con sus íntimos quienes le dieron cuenta de cómo durante el tiempo en
que había estado enfermo en Sevilla, Juan Núñez de Lara había conspirado para
acceder al trono y como Garcilaso estaba maniobrando contra Alburquerque. Enterado
minuciosamente de todo lo sucedido, trazó el plan que desde Celada venía
madurando.
La misma noche, la reina Maria,
gravemente preocupada por la situación y los planes de su hijo, secretamente
envió un escudero a Garcilaso “Que le
dixese que ella le enviava decir que por ninguna manera del mundo otra mañana
domingo non viniese a palacio” . Al parecer Garcilaso, no lo quiso creer.
A la mañana siguiente, domingo,
la plebe, regocijada con la presencia de monarca, se juntaba en la plaza del Sarmental
para presenciar alegremente los toros destinados a ser corridos delante del
palacio en que moraban el rey y su madre.
El consejo no fue atendido y
Garcilaso, despreciando el peligro, se presentó en el palacio, altivo y
retador, entre los cortesanos que rodeaban al rey. Le acompañaban algunos de
sus parciales, que se mezclaron entre los grupos. La reina María se retiró de
los salones.
Antiguo palacio en la Plaza del Sarmental. 1907
Pronto corrió la voz de que los
Sayones de Don Pedro habían prendido a tres de los vecinos más significados
entre los revoltosos. Estos eran Pedro
Fernandez de Medina, el escribano Alonso
Fernandez y Alonso García de Camargo,
apodado el Izquierdo. La noticia produjo gran sensación entre los amigos de
Garcilaso.
Una vez conocido esto,
Alburquerque, dijo al alcalde Domingo
Juan de Salamanca: “Alcalde ¿Vos
sabeis lo que tenedes que facer? Y
este se dirigió al rey y en voz queda le dijo “Señor Vos mandad esto, que yo non lo diría” y entonces el rey dijo
en voz muy baja a los hombres de armas que hacían guardia en la estancia: “Ballesteros, prended a Garcilaso”
Nadie osó protestar. Garcilaso
comprendió que estaba perdido y suplicó que le trajeran un clérigo que le oyese
en confesión encargando al propio tiempo a uno de los presentes que fuese a
pedir a su mujer una carta de absolución que tenía del Papa, cosa a la que le
respondió que no la podía hacer.
El primer clérigo que se halló en
la plaza fue requerido para cumplir su ministerio y en el mismo portal de
palacio se dispuso Garcilaso a morir como buen cristiano mientras a pocos
metros iba aumentando el bullicio y gritería de las gentes que llenaban la
Plaza del Sarmental donde había comenzado la corrida.
Alburquerque entonces se dirigió
al rey para que mandara lo que se debiera hacer y este encomendó a dos
caballeros que a su vez dijeran a los ballesteros que tenían preso a Garcilaso
que le matasen. Estos, ante la dureza de la orden y la importantísima figura de
la víctima, aterrados, no se atrevían. Finalmente, uno de ellos, Juan Ruiz de Oña se acercó directamente
al rey diciéndole: “Señor ¿Qué mandades
hacer a Garcilaso?” A lo que el rey contestó “Mando vos que le matedes”.
No tardó en cumplirse la
sentencia. El ballestero se dirigió al sitio donde se hallaba Garcilaso y con
una maza le asestó un fuerte golpe en la cabeza. Inmediatamente un segundo
desenvainando una broncha, acuchilló a Garcilaso y seguidamente los demás
ballesteros hicieron lo mismo sin piedad
hasta que el ensangrentado cuerpo quedó inmóvil en las losas del pavimento.
Momentos después se abrieron las puertas del zaguán y el cuerpo de Garcilaso
fue arrojado sobre la arena de la plaza.
La muchedumbre enmudeció aterrada.
Se retiraron los lidiadores y se dio por terminada la fiesta, mientras Don
Pedro, que se había asomado a uno de los balcones del palacio para presenciar
el espectáculo, aparecía con el rostro sereno y con los brazos cruzados sobre
el pecho, contemplaba como el toro corneaba y pisoteaba el cadáver que más
tarde por orden real fue puesto en un escaño, para más escarnio, durante la
noche. El día siguiente, por orden del rey, fue colocado en un ataúd, apoyado
en un lienzo de muralla, en la plaza de la Comparada, hoy llamada de la
Libertad, donde permaneció a la vista de
las gentes algunos días.
Plaza de la Libertad. 1910
Poco después el rey y su privado, rodeados de
alegres comensales, se entregaron a comer y beber en la casa que servía de
posada a Alburquerque, en San Esteban, en medio de carcajadas y canciones a
coro. Mientras tanto, los tres amigos de Garcilaso, Medina, el escribano
Fernandez y Alonso García pasaban por delante de la casa camino del suplicio.
Estatua sepulcral de Pedro I en el Museo Arqueológico Nacional
(*)En esas fechas existía en Burgos
una muy numerosa y próspera judería, de la que actualmente no hay vestigios
visibles (sí, posiblemente, los haya ocultos en la ladera del cerro del
Castillo). Esta judería fue la segunda más importante de Castilla, después de
la de Toledo.
Asentada hacia el siglo XI, aunque
podría ser anterior, se ubicaba a los pies del Castillo, en el sector
occidental de la ciudad, en la zona que hoy comprende parte del barrio de San
Pedro de la Fuente, el Arco de San Martín y Los Cubos, si bien en sus orígenes
estaba en la zona más alta, en un sector conocido como ‘Villavieja’, en el
entorno de la iglesia de Santa María la Blanca, la expansión de la ciudad iría
alejando a la comunidad judía de ese barrio, que se reubicaría un poco más
abajo del cerro, en dirección al río.
Según explica la arqueóloga e
investigadora de la Universidad de Burgos Ana Isabel Ortega, la presencia judía
en Burgos alcanzó su apogeo en el siglo XIII, con una población de entre 540 y
675 habitantes, unas 150 familias, que representarían cerca del 9 por ciento de
la población de la urbe castellana. «La aljama debió de poseer varias
sinagogas, aunque las fuentes no proporcionen datos al respecto. De 1440 datas
las referencias de una en la ‘Villanueva’, cerca de la puerta de San Martín».
Para algunos autores, como el gran hebraísta Francisco Cantera Burgos, una de
las sinagogas de la ciudad pudo asentarse en la judería alta, en el solar donde
más tarde se ubicaría el templo cristiano de la iglesia de la Blanca.
No todos los hebreos afincados en la
ciudad gozaban de un alto nivel económico, explica Ortega. Claro que había
banqueros o terratenientes (las fuentes documentales del siglo XI muestran a
los judíos como propietarios de viñas), pero también artesanos de numerosos
oficios. Con todo, fue una población muy activa, con una importante aportación
en la vida cultural de la ciudad, sobre todo mientras no hubo segregación.